Por Alejandro Ortega Neri

El 30 de abril de 1982, accidentalmente y a causa de complicaciones respiratorias y pulmonares derivadas de una gripe y una elevada ingesta de ¡jarabe para la tos!, murió en Nueva York el legendario periodista musical y crítico de rock Lester Bangs. Tenía apenas 33 años, aunque el mostacho de león marino y la pinta que se cargaba tras una vida licenciosa, siempre le hicieron lucir más viejo. Excéntrico, provocador, egocéntrico e insolente, Lester Bangs se ganó el respeto de las estrellas de rock más afamadas de la década de 1970, pero también el encono, y eso le satisfacía de sobremanera.
En 1980, dos años antes irse a buscar asilo al infierno, Bangs escribió su semblanza: Lester Bangs nació en Escondido, California, en 1948. Pasó la adolescencia en la población californiana de El Cajón, que en castellano significa La Caja, donde invirtió buena parte de su vida laboral en quehaceres tan variopintos como lavar platos, vender ropa informal de mujer y trabajar como ayudante para un matrimonio con inveterada experiencia en materia de decoración con flores artificiales mientras mandaba críticas de discos a revistas y hacía ver que iba a la universidad hasta 1971, cuando se trasladó a Detroit y se incorporó a la redacción de la revista Creem. Durante los cinco años que trabajó allí como jefe de redacción y en otros puestos editoriales, forjó un estilo de crítica sin igual en la época basado en el sonido y el lenguaje del rocanrol que acabaría influyendo a toda una generación de jóvenes escritores y quizá también de músicos. En 1976 abandonó Creem para mudarse a Nueva York y escribir por cuenta propia. Desde entonces también ha liderado dos bandas de rocanrol activas en la escena de clubes de Manhattan y ha grabado discos con sus propias composiciones (escribe las letras, canta y toca la armónica, y admite que “todas mis melodías son la misma, es decir, un blues”)…
Su figura encarna el sueño de quienes gustamos de escribir sobre rock: ser un ángel maldito, publicar en revistas como Rolling Stone, vivir en Nueva York, entrevistar a las estrellas en sus hoteles lujosos, colarnos a los conciertos y tener una colección de miles de vinilos catalogados alfabéticamente y regalados por las propias disqueras; pero, sobre todo, escribir con un estilo ácido, personal y salvaje que demuestre la vena de todo esto: el amor por la bendita música y la vida misma.
El primer trabajo como columnista que publicó Lester fue una crítica al álbum Kick Out The Jams, de la banda MC5, aparecido en 1969 y que compró entusiasmado por la campaña publicitaria que acompañó el lanzamiento, sin embargo, al escucharlo se sintió estafado y devolvió el golpe con lo mejor que sabía a hacer: su pluma engendró una crítica despiadada, y fue ahí cuando nació un monstruo. Años después, el mismo Lester confesaría su amor por dicho disco, algo clásico en él y conclusión a la que llegaba casi siempre después de escuchar decenas de veces un álbum.
Entre 1969 y 1973, Lester Bangs publicó más de 150 reseñas de discos para la revista Rolling Stone hasta que el director de la publicación, Jann Wenner, lo vetó al afirmar que les faltaba al respeto y desprestigiaba a los músicos, esto luego de un comentario negativo que hiciera sobre la banda Canned Heat. Fue a partir de ese momento que Lester se mudó a Detroit para encontrar su verdadero espacio de libertad y crítica en la revista Creem, en la que publicó algunos de sus mejores textos, entre ellos “Barry White, Just Another Way To Say I love you”, de 1975; “Kraftwerkartículo”, una desternillante entrevista con el cuarteto de robots alemanes, también del 75; “David Bowie, Station to Station”, en el que destroza toda la etapa Ziggy, y “Dejadnos alabar a famosos enanos de la muerte o cómo me peleé con Lou Reed y me mantuve despierto”, publicado ese mismo año y en el que narra la entrevista provocadora con el rockero, uno de sus héroes.

En1976, Bangs abandonó Creem y se mudó a Nueva York donde comenzó a colaborar con diferentes publicaciones como The Village Voice y New Musical Express. En la Gran Manzana, el crítico buscaba experimentar de cerca la explosión de lo que llamó, junto con el también periodista Dave Marsh, el punk rock para referirse a bandas como MC5 o The Stooges de Iggy Pop, mucho antes de que apareciera el género conocido con tal nombre.
Bangs forjó un estilo único de escritura y crítica. A menudo y con cierto sarcasmo, se preguntaba quién era el mejor escritor gringo, ¿Bukowski? ¿Burroughs? ¿Hunter S. Thompson? Y luego respiraba para contestar: “Yo era el mejor. No escribía más que críticas de discos, y no demasiadas…”. Pero en esas críticas no tuvo miramientos para tocar y destrozar a los ídolos más grandes, desde Elvis, a quien no bajaba de gordo en sus shows de Las Vegas, pasando por John Lennon, hasta su amado Lou Reed o David Bowie y The Clash, por mencionar algunos.
Antes de fallecer irónicamente por consumir jarabe para la tos, luego de sobrevivir por años a sus incesantes devaneos con las drogas y el alcohol, Lester Bangs planeaba venir a México a escribir una novela titulada All my friends are hermits, uno de los tantos libros que tenía en mente, entre biografías de músicos y bandas, y una que otra fantasía. Pero mientras eso llegaba, seguía acudiendo a entrevistas dispuesto a provocar a todo aquel músico o banda que pasase por su ciudad.
Como todo fan die hard del rock, tenía sus héroes. Lou Reed e Iggy Pop eran dos de ellos. Pero como crítico cuando algo no le gustaba a la primera, no tenía reparos para destrozar el material hasta convertirlo en algo caricaturesco y risible. Sin embargo, también era fácil identificar cuando se enfrentaba a un músico cuya obra amaba y respetada: escribía mal, con desgana y se concentraba en citar letras en vez de expresar lo que pensaba acerca del álbum o del concierto; sobraban los adjetivos calificativos al rockstar, y eso, en muchas ocasiones, era lo que encabronaba a más de uno.

No reseñar discos bajo los influjos de una droga
Más allá de formas y estilo, a Lester se le debería recordar por lo más elemental en su persona: su amor por la música y, en particular, por el rock. “La fantasía más memorable de mi infancia era ser propietario de una mansión con catacumbas subterráneas que contendrían, alfabéticamente ordenados en pasillos infinitos y tortuoso, húmedos y mal iluminados, todos los álbumes publicados”, dijo una vez.
También le debemos una de las descripciones más memorables de lo que significa para muchos melómanos comprar un disco: “Lo real es correr ansioso hacia casa para escuchar cómo eructa el Apocalipsis, abalanzarse por la puerta de entrada, rajar el sellado plástico para su protección y sacar el disco; ah mira sus surcos, negro azabache todavía sin una mancha, nuevo, brillante y tan jodidamente pristino (...) finalmente depositas el disco en el plato, gira en un limbo de sonido perfecto, seguido del momento de la verdad, la aguja se desliza por el surco y, finalmente, se hace el sonido”. Lester decía que, si algo debía sacarte de quicio, era un disco, porque la música es poderosa; te guía y depura, es “la vida misma”.
Su influencia en el periodismo musical y la historia de la crítica de rock es tan grande que los Ramones lo mencionan en su rola It´s not my place, de 1981, cuando Joey Ramone canta “… Hangin' out with Lester Bangs you all and...”. De igual forma en It´s the end of the world as we know it, canción con tintes apocalípticos y cínicos, grabada en 1987 por R.E.M, y en la que Lester Bangs se aparece en el sueño del narrador en una fiesta de cumpleaños con cheesecake. Y, finalmente, en Incinerator, de la banda de punk-hard core Apt 3G, dedicada a un crítico de rock a quien le dicen: “I don't wanna hear about your life, cause you're not Lester Bangs”.
Y cómo olvidar la interpretación que hizo el maravilloso Philip Seymour Hoffman al encarnarlo en la película Almost Famous, del director Cameron Crowe y realizada en 2000. Esa magnífica historia de iniciación con tintes autobiográficos del director y en la que, supuestamente, Lester da consejos sobre periodismo al chavito William, un reportero adolescente que busca escribir sobre la banda de rock Stillwater desde dentro mientras se enamora de la groupie Peny Lane.

Philip Seymour Hoffman como Lester Bangs en el filme Almost Famous, (Cameron Crowe, 2000)
Lester Bangs es más que un personaje de película. Pudiera ser un antihéroe de algún cómic -si no lo es ya-, pero también el héroe de muchos gonzos y un maestro, sin quererlo, de quienes aspiramos a escribir mínimamente bien sobre la música maldita, por ello, a 40 años de su muerte irónica vale la pena recordarlo por su gran legado que puede leerse y entenderse en esa nespecie de biblia que es Reacciones psicóticas y mierda de carburador, la antología de artículos que recopiló el periodista Greil Marcus, en 1987, y que editó en español Libros Del Kultrum, en 2015. Pero, sobre todo, por algunas lecciones básicas como esa que versa: “no hacer reseñas de discos a la primera escuchada y menos bajo los influjos de alguna droga”.
A veces me pregunto qué opinaría Lester sobre el renacimiento de los vinilos que ahora llegan hasta la puerta de la casa gracias a Amazon y otras tiendas; de Spotify y las demás plataformas musicales; sobre los nuevos fenómenos de la música o acerca de bandas como The Brian Jonestown Massacre, Idles, King Gizzard & the Lizard Wizard y del jazz de Kamasi Washington. Me río mientras imagino lo que le habría dicho al “enano” Lou Reed por grabar al lado de Metallica esa porquería llamada “Lulu”. Seguramente, en en la tiranía de lo políticamente correcto, sería cancelado. Sin embargo, se fue mucho antes, cuando apenas nacía MTV, y Dios lo protegió de su debacle, como él mismo ironizó en una carta escrita supuestamente desde el más allá: “Conocí a Dios a poco de llegar aquí. Le pregunté por qué. Ya sabes, con sólo 33 y tal. Sólo me dijo M.T.V. No quería que yo llegase a experimentarla, sea lo que sea esa cosa”.
Grande, Lester
Foto: El Reborujo Cultural