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A la caza de Bukowski en Los Ángeles

Por Alejandro Ortega Neri

La ciudad de Los Ángeles, California, es una de los personajes crueles, pero inolvidables de esta gran ficción que es el mundo. Cruel para con los desprotegidos, los sin casa o aquellos que migraron hacia allá buscando eso que se han empecinado en llamar “el sueño americano”, pero también inolvidable porque quien la pisa, la huele y la observa, inmediatamente queda embebido de toda la historia, la cultura, la contracultura y el arte que la habitan. Amor a primera vista, le llaman.


Recorrer sus calles, sus barrios y lugares históricos es volver a las páginas de los grandes de las letras estadounidenses que han hecho de esa ciudad una femme fatale. Cada caminante del olvido que se empina una botella se convierte en Henry Chinaski, alter ego de Charles Bukowski; cada esquina del centro histórico fue habitada seguramente por John Fante; cada edificio icónico del art decó pudo ser la escenografía perfecta para las investigaciones de Philip Marlowe, el afamado detective de Raymond Chandler o bien, de los cínicos personajes del viejo James Ellroy.


Para quienes amamos la literatura y vemos en ella el asidero para los naufragios y uno de los pocos lugares en donde los atisbos de felicidad se representan, pisar cada lugar descrito en un libro eriza la piel y más cuando se buscan los rastros y los reductos que habitaron quienes desde una habitación, tecleando a una luz tenue, crearon mundos e historias para nosotros. Turismo literario pudiera llamársele, que consiste precisamente en eso, habitar las tierras donde crecieron, como semillas, personajes y tramas que ahora forman parte de nuestro capital cultural o de nuestro imaginario.


En Los Ángeles decidí buscar algún rastro del viejo indecente, de Bukowski/Chinaski, de Hank/Henry -como quieran decirle-, figura emblemática de la literatura maldita y de la decadencia norteamericana que este 2020 celebró, precisamente con la invocación y la relectura que hicimos quienes nos hemos bebido sus historias como si fuera una copa de vino barato, los cien años de su nacimiento.


Nacido el 16 de agosto de 1920, en Alemania, bajo el nombre de Heinrich Karl Bukowski, hijo de una germana y un estadounidense de ascendencia polaca, se trasladó a Estados Unidos junto con sus padres debido a la crisis económica que azotó al país teutón después de la Primera Guerra Mundial.


Los Ángeles fue la ciudad en la que residió la mayor parte de su vida. Cursó estudios de arte, periodismo y literatura en la universidad local, pero debido a problemas con su padre, la abandonó para enrolarse en trabajos distintos que lo llevaron a viajar a lo largo y ancho del país de las estrellas, residiendo siempre en pensiones baratas donde comenzó a erigir su universo narrativo, mientras las noches avanzaban y los cigarros se consumían.


Después de una primera desilusión del proceso editorial y de publicación de sus cuentos, el viejo indecente dejó de escribir, como un Bartleby, durante 10 años. A inicios de la década de 1950 comenzó a trabajar como cartero en la oficina postal del condado de Los Ángeles, donde estuvo 12 años entre intervalos, y tal experiencia le sirvió para escribir su primera novela, Post Office, traducida al español como El Cartero.


Estando en Los Ángeles comencé a buscar referencias a Bukowski: algún museo, un archivo, algún lugar dedicado a su memoria. Al principio, el buscador arrojaba solamente datos biográficos, quotes, entrevistas y cosas por el estilo. Después de una búsqueda más específica, apareció una crónica realizada por un motociclista viajero que me señaló dónde estaba el lugar que, dentro de mis posibilidades, podía visitar: el bungalow en el que Bukowski residió de 1962 a 1973 aproximadamente y que, de acuerdo a las fechas, es donde posiblemente escribió su primera novela a los 50 años de edad, después de abandonar el trabajo de cartero.

La deteriorada propiedad, construida junto con otros bungalows entre 1922 y 1926, se encuentra en Hollywood, específicamente en Longpree Avenue esquina con Normandie Avenue. Es fácil identificar el lugar donde residió el viejo indecente, pues entre las casas y edificios nuevos destacan esos pequeños bungalows cubiertos por una malla y una placa que dice: “Bukowski Court. Cultural Heritage Board Monument”, y es que el sitio, de acuerdo con la agencia Reuters, fue declarado por las autoridades de la ciudad como lugar histórico el 21 de febrero de 2008, cuando se le rescató de una demolición proyectada por empresas inmobiliarias.


La heroína por ello es Laurent Everett, una joven que se enteró que vendían esas pequeñas casas para su demolición y movió lo que estuvo a su alcance para impedirlo. La dueña del lugar arguyó que Bukowski era un nazi, aun así, el Consejo de Herencia Cultural de Los Ángeles, en voz de Eric Garcetti, señaló a Reuters que “Hollywood es famoso no porque todos hayan sido santos o monjas y que siempre atrajo a gente complicada e importante, como Bukowski”. Con esto, el lugar quedó protegido de ser derribado o modificado de forma sustancial, aunque sigue siendo propiedad privada.


Estar ahí es echar a volar a la loca de la casa, a la imaginación, como sucede en cada sitio histórico que uno pisa. Fue pensar en Bukowski bebiendo, fumando, con playera sucia y con agujeros producto de brasas de la ceniza cansada del cigarro, aunque con los zapatos bien lustrados; escribiendo en ese lugar sórdido su novela autobiográfica, regalando al mundo y a la historia de la literatura a ese Henry Chinask, alter ego cínico, antihéroe entrañable, crítico del sistema, aunque en el fondo sin intenciones de hacer mal a nadie.

Imagino también las tardes con sus jóvenes seguidores, con el estudiante de medicina que le regaló un corazón humano en un frasco, anécdota que incluye en Post Office, pero que confirma en A mí lo que me gusta es rascarme los sobacos, la entrevista que le brindara a la chilena Fernanda Pivano. Es propiedad privada y quizá por eso los bukowskianos han respetado el lugar, de no ser así, imagino que en la placa o al menos en la puerta del bungalow habría, seguramente, algunas ofrendas: quizá botellas vacías de whisky, vino tinto, latas de cerveza, cigarros, tickets del hipódromo y, quizá, por qué no, algo de porno.


Todo Hollywood y parte del Este de Los Ángeles sabe a él. Aunque en San Pedro, comunidad perteneciente al condado, también está la casa en la que residió hasta su muerte en 1994, víctima de leucemia a los 73 años de edad. Y en el cementerio de Green Hills Memorial Park en Rancho Palos Verdes, California, descansan sus restos en una lápida que lleva su nombre, acompañado del seudónimo “Hank” como se le conocía también, además de un mensaje que dice “Don´t try”, con la figura de un boxeador donde, como costumbre, fans dejan ofrendas, aquí sí, siempre botellas de bebidas alcohólicas vacías.


Su archivo también se encuentra en California, sin embargo, éste pertenece ya a la biblioteca pública de Huntington, e incluye libretas, apuntes sueltos, libros, fotografías y demás memorabilia del escritor. El acervo fue donado por su viuda y se exhibe a manera de exposición en las salas de la biblioteca.

Leer a Bukowski y acompañar a su alter ego Chinaski es beberse a pequeños tragos la ciudad de Los Ángeles. Ver a cada viejo que arrastra un carrito del súper con el cansancio acumulado es presenciar su personificación. La ciudad guarda esquinas que seguramente poco han cambiado desde cuando él las recorrió a pie o en bicicleta. Seguramente están sus pisadas, las huellas de un hombre que pareció atribulado pero que vivió la segunda mitad de su vida como quiso: escribiendo, bebiendo, fumando, apostando, amando y que hoy es recordado, precisamente, por eso. ¡Qué envidia, Hank! ¡Salud!

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