Por Alejandro Ortega Neri
Comienzo a escribir esto cuando Spotify reproduce “Scar Tissue”, el tercer track del álbum Californication de los Red Hot Chili Peppers lanzado en 1999, y trato de enfocarme en el sonido del bajo e imaginar cómo lo que desprenden esas cuatro cuerdas de acero se posesionan del espíritu de ese inocente músico bajito que nació en Melbourne, Australia, en 1962 con el nombre de Michael Peter Balzary, pero conocido en el mundo de la música como “Flea”. Lo imagino ahí, en un viaje único que nace de la tensión entre él y su música mágica que le ha abrasado por tanto tiempo, una fiesta de libertad.

Acid for the children (Planeta, 2021) se titula, pudiera decirse, la primera parte de la autobiografía de Flea, un libro en el que el músico, actor, compositor y ahora escritor se desgañita para contar a sus lectores, con suma sinceridad, los primeros 18 años de su vida: desde que nació en la salvaje Australia, luego su paso por Nueva York, hasta su llegada a Los Ángeles, California, donde la vida le metió uno que otro madrazo. pero al final terminó por sonreírle para iniciar un viaje de música mágica y psicodelia.
Pareciera que la vida de los grandes músicos debe seguir un patrón traumático para que esto los convierta en lo que son: padres estrictos o alcohólicos, familias con disfunciones propias, la constante trashumancia y la búsqueda por encajar en un mundo en el que las convenciones les gritan en la cara que son unos inadaptados. Así también fue la vida de Flea, sin embargo como pocos, pudo salvarse gracias a esos asideros de los naufragios que son la música y el arte, pero también la amistad.
La primera música que electrizó a Flea fue el jazz, esto gracias a su padrastro, un jazzista fracasado cuyos logros no fueron más allá de las reuniones entre amigos por donde fluyó la mota, el alcohol y las risotadas. De hecho, antes de ser el gran bajista que conocemos hoy, Michael Balzary fue un trompetista destacado en el colegio hasta que tuvo su encuentro con el instrumento que lo encumbró, el bajo.

A la par de la pasión por la música y el basquetbol que practicaba con tanto ahínco a pesar de ser siempre bajito, las drogas aparecieron en el camino de Flea en esa búsqueda por su identidad, pero también, como repite a lo largo del libro, por la falta de amor paternal, pues al divorciarse sus padres, su papá volvió a Australia y él creció sin esa figura que luego fue ocupada por el jazzista, quien en viajes lisérgicos era poseído por la violencia y hacía que ese niño saliera corriendo a perderse en la vida licenciosa de Hollywood.
Por eso la música mágica, como dice Flea, además de la amistad y las drogas, acudió en su salvación. Y de esto da cuenta en Acid for the children: de cómo la pulga fue moviéndose por ese mundo y moldeándolo según su concepción, intereses y pasiones. Además de que lo escribe con toda la transparencia, nos deja conocer no sólo a una persona sumamente sensible y llorona que se esconde bajo la piel desnuda y curtida de un ícono del funk, sino también a un escritor con grandes dotes para la palabra escrita, pues la biografía, más allá de ser una colección de anécdotas de jóvenes fumando porros por el Hollywood de las décadas de 1970 y 1980, por la que desfilan además personajes como Charles Bukowski o ese artista maldito que fue Jean Michel-Basquiat, es también una historia palpitante y frenética que no está libre de destellos literarios, aunque a veces abusa de la justificación y una que otra moralidad. ¡Por dios, Flea, eres un crack, no necesitas hacerlo!
“Sólo puedo escribir y esperar. Esperar salir de las lodosas profundidades de este proceso, limpio y transparente, con rayos láser saliéndome de los ojos, sosteniendo en alto el tesoro hundido, resplandeciente en oro y plata, con una bullente sonrisa estampada en el rostro y monstruos marinos dóciles a mis pies.
Una punzada de preocupación me frunce el ceño al preguntarme si heriré los sentimientos de alguien al contar mi historia. Sé que tengo que expresar los movimientos que me moldearon. Hablo sólo por mí. Espero que mi libro pueda ser una canción. Espero. Ser famoso no importa una mierda”, escribe Flea en Acid for the children.

Este primer libro, sin embargo, es un viajesote maravilloso, conducido por la música, la droga y la amistad temprana con ese otro inadaptado que fue Anthony Kiedis. Y digo que es un primer libro, y aquí va el spoiler o la decepción, porque el propio Flea anuncia el segundo, ya que éste corresponde a su infancia y adolescencia, pues los días en los que comienzan a formar la banda que se convertiría después en los Red Hot Chili Peppers apenas comienzan a asomarse, así que tendremos que esperar. Aun así, Acid for the children no tiene desperdicio, sus hojas están llenas de pasajes y fotografías imborrables de ese músico entrañable que sólo buscaba abrazos.
Clasificación: Imprescindible para todo fan de Red Hot Chili Peppers, pero también para el lector de biografías y autobiografías de músicos y de literatura maldita.
