Por Eduardo Jacobo Bernal
El cine serie B fue aquel que se desarrolló en las décadas de 1940 y 1950 principalmente, y tenía como características contar con un bajo presupuesto, efectos secundarios rudimentarios y tramas muy básicos; sin embargo, otra característica de este cine fue la de ser más desenfadado, no contaba con la presión de convertirse en un éxito de taquilla y por lo tanto contaba con mayor libertad. A pesar de ser películas destinadas sólo a la “segunda función” -de ahí el término serie B-, muchos de estos filmes se convirtieron en clásicos de la cultura pop, pues se abordaron géneros que hicieron soñar a varias generaciones, sobre todo en lo relativo a la Ciencia Ficción, pues sin miedo a los efectos poco elaborados, en estas películas vimos invasiones alienígenas, monstruos del espacio o insectos gigantes, todo ello aderezado con los miedos reales a una guerra nuclear.

¿Por qué esta disertación sobre el cine serie B? Pues debido a que estas características traspasaron la pantalla y llegaron a las viñetas, y uno de sus mejores representantes es, precisamente, Big Guy and Rusty, the boy robot. De la mente del multi-premiado Frank Miller -autor de clásicos como Sin City, 300 y Dark Knight Returns-, esta obra parodia al cine serie B y nos trae a un pequeño robot nucleoprotónico de apariencia infantil que nos recuerda mucho al Astroboy de Osamu Tezuka, quien al lado de un robot gigante al más puro estilo Mazinger Z, combatirán a un enorme dinosaurio producto de los experimentos nucleares.
La historia, por supuesto, se desarrolla en Tokio, ciudad que se caracteriza por ser blanco de saurios gigantes desde que en 1954 apareciera Godzilla en las pantallas. Pero la confrontación entre estos personajes es sólo el pretexto para hablar del miedo al otro, de la paranoia de la guerra que todo el mundo vivió en la segunda mitad del siglo XX, del potencial bélico norteamericano y de la facilidad con que la humanidad se puede transformar en su propio monstruo.

Con un dibujo apabullantemente extraordinario, Geof Darrow ilustra meticulosamente la batalla, presentando detalles minuciosamente elaborados que nos dan la sensación de hiper-realidad. Pero más allá del extraordinario apartado artístico, Darrow se lanza a guionizar una segunda historia en este tomo que nos trajo Panini Comics, y lleva a Big Guy y Rusty a una historia que se desarrolla el 4 de julio en una playa norteamericana, la cual es atacada por un bicho gigante y los héroes se hacen presentes para combatirla, pero lo interesante de esta historia es que toda la acción transcurre bajo la total indiferencia de los vacacionistas, quienes toman fotos del evento o simplemente le dan la espalda para comer un hot-dog.
Podríamos pensar que esta indiferencia ante el peligro es algo completamente ficticio, pero hoy, en un mundo de pandemia, nos comportamos justo como nos imagina Darrow: ajenos, indiferentes, absortos en nuestras nimiedades e ignoramos la muerte tan cercana. Las viñetas y la vida no son tan diferentes.
