Por Alejandro Ortega Neri

“´Estoy perdido´, piensa Bunny Munro en un repentino instante de lucidez reservado a quienes tienen las horas contadas”. Desde el inicio de La muerte de Bunny Munro (Malpaso, 2018), el músico y cantante Nick Cave nos agarra de las solapas para estrujarnos y decirnos que, además de ser un compositor genial, sabe escribir novelas como esta: una tragicomedia en la que vierte las esencias más agridulces de su creación.
Bunny Munro es un vendedor de productos de belleza femeninos. Anda de puerta en puerta ofreciendo su mercancía mientras su esposa, con graves cuadros de depresión, lo espera en casa en compañía de su hijo de nueve años, pero a Bunny lo que le importa es experimentar la posibilidad de extralimitar sus funciones con las amas de casa a las que vende sus cosméticos. No obstante, con el suicidio de Libby, su esposa, todo queda a la deriva y comienza el imparable naufragio de Bunny, a quien la única motivación que lo mueve es cuidar a little Bunny, su hijo que le ama inconmensurablemente.
Insuflado por la idea de una nueva vida juntos, comienzan padre e hijo un recorrido por las carreteras de la costa inglesa y, mientras Bunny farolea de puerta en puerta vendiendo su mercancía y tratando de complacer su apetito sexual con amas de casa, el niño aguarda en el coche leyendo una enciclopedia y platicando con el fantasma de su madre, al tiempo que se da cuenta que su padre se va cayendo a pedazos, pues es atacado por maridos celosos, mujeres fanáticas de la obra de Frida Khalo que saben defensa personal y también por un asesino en serie disfrazado de Satanás.

La segunda novela de Nick Cave, descatalogada desde 2009 y rescatada por la editorial española Malpaso en 2018, es una muestra más de la genialidad creativa del músico nacido en Australia, en la que asiéndose de un humor muy británico, recorre algunos de los temas de su interés como la depresión, la muerte y los instantes fugaces de la vida, todo esto mientras el ritmo de su narración alcanza rangos altos de dramatismo, como si de una de sus canciones se tratara, pero protagonizada por un antihéroe que se masturba mientras el mundo a su alrededor se quiebra.
Su personaje -sería imposible obviar esto- nos recuerda mucho también a otro conejo, al inolvidable Harry Angstrom, de Corre, conejo de John Updike, otro vendedor que huye sin razón abandonando a su esposa e hijo y corre despavorido hacia la nada. A ambos conejos, a Angstrom como a Bunny, los une no sólo el mote, sino una cierta amargura por la vida, sin embargo, el de Updike trata de llenar los huecos huyendo, mientras que el de Nick Cave lo hace satisfaciendo su lascivia, ya sea seduciendo compradoras de cosméticos o bien, imaginándose con estrellas pop. Pero en realidad lo que hacen ambos personajes, a mi parecer, es esconder su tristeza y lo pusilánime de su alma bajo un manto de cinismo y la simulación de una autosuficiencia, hasta que la caída en espiral es inevitable y sus carcajadas duelen.
Clasificación: De lectura obligada para los fans de la literatura maldita y de la obra de Nick Cave.