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Cara de niño


Por Arlett Cancino


El cara de niño es un bicho parecido a un hormiga, pero mucho más grande, con una cabeza prominente y unos ojos saltones que asemejan el rostro de un humano. Este insecto es conocido también como grillo de Jerusalén, aunque su canto es muy distinto porque, en lugar de frotar sus alas una con otra, el cara de niño golpea su panza contra el suelo produciendo un tamborileo extraño con el que atrae a las hembras para aparearse. Vive sobre todo en el centro del país y en la costa del Pacífico; debajo de la tierra y sale cuando llueve. Se dice que tiene pintado en el vientre el rostro del diablo y que cuando muerde puede ser letal. En las casas mexicanas es artífice del terror debido a su parecido con la cara de un bebé, un bebé con seis patas, ojos inexpresivos y dos antenas en la frente.


Un cara de niño atemoriza a Irene. La observa cuando se baña, con esos ojos raros e inexpresivos. Ningún adulto le cree que la persigue; él la vigila y tortura siempre que se queda en casa de su abuela, lo sueña subiéndose a su almohada mientras duerme y hasta puede sentir los dedos de sus patas en la cara. Ella sabe que entre ese demonio minúsculo y su abuela, igualmente rara, existe un pacto secreto.


Irene tiene la certeza de que “el mal es algo pequeño”, por eso es que no le sorprende que el bicho contenga en su cuerpo la intención de matarla, por eso también es que sabe que la vieja y él comparten ese interés. Ambos son pequeños seres que atemorizan al mundo entero: “los dos miraban con fijeza, los dos aparecían siempre en los momentos menos deseados, los dos eran amantes de fisgar, los dos poseían aquella cualidad de la velocidad increíble… y los dos infundían terror.”


Su abuela Pili tiene piernas gordas y cortas que flotan sin rozar el suelo cuando se sienta; con esa pequeña cabeza montada en unos hombros grandes, parece una enana; a Irene todo el conjunto le resulta terrible, rechaza la idea de descender directamente de un ser así de extraño. Sin embargo, es sobre todo la aprensión que provoca en su madre lo que más la sorprende y la asusta, por eso es que la ve como un ser abyecto y a su mamá como una cobarde que se deja intimidar por una mujer que le llega a la cintura.

Esta historia es uno de los hilos centrales de la novela menos conocida de Elena Garro, Un traje rojo para un duelo. Publicada en 1996, pero escrita mucho antes, se le empieza a reconocer como una de las obras primordiales de la autora, en la que se evidencian sus temas característicos como el concepto del mal. En la obra, Garro amalgama en el personaje de Pili, la repulsión y el miedo de Irene por el cara de niño; gracias a ello, el personaje infantil descubre la crueldad intrínseca en todo ser humano, incluso en parientes y seres queridos.


El mundo familiar es un infierno y una lucha interminable para Irene; ella no comprende el comportamiento de las mujeres de su familia: la abuela tiránica y manipuladora que sobreprotege y sobrevalora a su hijo y que guarda secretos terribles; la madre temerosa y cobarde que no confronta al marido y prefiere marchitarse por orgullo, mientras su hija se encuentra atrapada en los juegos de su abuela y su padre, sólo por mencionar a las más importantes.


El manejo de estas intrigas familiares es sutilmente preciso y resultan ser historias vivientes aún en la genealogía de cualquiera. Uno de los juegos más frustrantes dentro de la narración, y que tiene que ver con el título del libro, es la compra de un vestido de seda roja para que Irene asista a una fiesta. El comportamiento amable de su abuela al animarla a escoger ese traje a pesar de su costo, hace que ella recupere la fe en la humanidad y en la posibilidad de que su abuela la quiera, pero luego la avergüenza y hace parecer una desconsiderada cuando le dice a su madre, quien está en la miseria y a quien se le acaba de morir su padre, que la niña se aferró a comprar ese vestido carísimo sin importar que su mamá debiera pagarlo.


Hay quienes marcan un evidente paralelismo entre la historia de Irene y la vida familiar de Helena Paz Garro. Se menciona que esta novela habla de manera muy directa del mundo doméstico en el que Elena y su hija viven con Octavio, pues varios acontecimientos y rasgos de su vida coinciden con la ficción, sobre todo la mezquindad que dicen que Josefa Lozano, madre de Paz, siente por Helena su nieta.


No obstante, más allá de los rumores que siempre rodean a Elena Garro, la novela posee la fuerza narrativa que la autora tiene en otras de sus obras; en ella crea una familia con personajes sumamente extraños y pesados, pero en los que encontramos rasgos de nuestros propios parientes. La frustración de Irene por no comprender las actitudes de los adultos de su familia es nuestro propio desconcierto infantil al recordar la complicidad desconocida de los mayores; por eso, cuando somos niños, los transformamos en seres que nos repugnan como lagartijas, ajolotes o caras de niño a los que tememos por el sólo hecho de no entenderlos, pero de los que seguramente aprenderemos algo, aunque sea tan tremendo como la maldad.


Las citas que se emplean en esta reseña vienen de la primera edición del libro hecha en 1996 por Ediciones Castillo.

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