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Circe y Magdalena o el talismán oculto en un perro fiel

Por Arlett Cancino

Un perro fiel te ama para siempre en cuanto le acaricias la cabeza y el lomo, te sigue a donde vayas y te cuida de todo. Ese perro fiel te ama para toda la vida, incluso si tú ya no lo acaricias como antes y sólo lo alimentas con un mendrugo de pan; él sigue cuidando la puerta de tu casa y le gruñe al primer extraño que se acerque, a pesar de sufrir tu desdén y abandono. Su amor y lealtad son tan grandes que sin temor entrega su vida por defenderte y aúlla de dolor al verte morir. Lo mismo hace por ti una mujer enamorada.


Una mujer enamorada, incluso una diosa o una bruja, baja la guardia a la primera muestra de calor y deferencia, pues, como a un ser marginal, nunca antes la han notado. Con sus dotes de hechicera convierte al hombre más débil y simple en un dios marino o en el hijo de Dios. Y siempre mantiene viva la esperanza de que su amor sea correspondido; genera esa ficción en la cabeza, claro, alimentada por las falsas palabras de ese hombre que un día la volteó a ver por aburrimiento, soledad, lástima o deseo. Así Jesús y Glauco son dioses encarnados por la fuerza y el amor de las magas María Magdalena y Circe.


La diosa hechicera Circe conoce al marinero Glauco, un mortal sin más gracia que su juventud y fuerza, con la piel gruesa y llena de cicatrices por el trabajo en el mar. Sin ninguna otra experiencia sobre los hombres, Circe queda prendada de él cuando resalta su belleza, ya que, a pesar de ser hija de Helios, nunca antes había sentido calor como el de las palabras de Glauco. Su mortalidad se convierte en el peor temor de la diosa, le asusta regresar un día al muelle y no verle más; entonces el amor despierta en ella un conocimiento atávico y consigue convertirlo en dios marino.


El nuevo dios rápidamente se acostumbra a la vida opulenta y vanidosa de las divinidades, gracias a los consejos de Circe sabe cómo comportarse. Ella acude a verlo todos los días y se siente satisfecha de los halagos y los altares que se construyen en su honor, los considera propios, como suyo es el dios adorado. Aunque ahora Glauco ya no le dirige ni la más breve sonrisa, ella se mantiene a su lado cual perro fiel.

María Magdalena, sin otro remedio que el marcado por los golpes de sus abuelos, sigue los pasos de su madre: se convierte en hechicera y prostituta. Un día escucha sobre Jesús y desea conocerlo. Él le dice que la quiere y sin motivo lava sus pies con una ternura que nadie le había mostrado; desde entonces ella decide entregarle su vida. Permanece a su lado cuando él cuenta sus dulces historias, aprieta el talismán que su madre le dio y hace que aparezcan a su lado más seguidores.


Los discípulos son tantos que ya no la dejan acercarse, ella sólo conserva el olor de su cuerpo y sabe que le pertenece, que el enviado de los cielos, como ahora él se nombra, es suyo; por eso, en aquella boda, Magdalena convierte las piedras y el agua en pan y vino, nota que eso lo hace feliz. Por eso también cura los ojos de ese ciego y se mete, sin que nadie la vea, al sepulcro de Lázaro para deshacer su muerte.


El resto de estas historias puede preverse fácilmente. Glauco rechaza a Circe al enamorarse de Escila; la hechicera decide mostrar la verdadera naturaleza de la ninfa y la convierte en un monstruo de doce piernas y cinco cabezas. Magdalena entrega su talismán a Jesús para que pueda resucitar y ella exhala su último aliento mientras él camina fuera del sepulcro sin voltear a verla.


Tal vez las versiones que aquí se cuentan no son las que todos conocen, pero eso no las hace menos verdaderas. Este es el juego al que acuden dos escritoras contemporáneas, quienes revitalizan a estos personajes femeninos deconstruyendo su mito.

Madeline Miller aborda la desconocida vida de Circe, une las historias sobre ella dispersas en la mitología clásica y las engarza en una trama bien definida en la que conocemos a la diosa desde niña. Consigue configurarla como un personaje cercano a la mujer contemporánea con sus inseguridades ante un mundo determinado por cánones de belleza y comportamiento. María Fernanda Ampuero, por su parte, retoma a Jesús, pero no como personaje principal, sino como accesorio a la vida de María Magdalena. En su cuento “Pasión” habla de ella como mujer marginada con grandes capacidades de hechicera con las que consigue transformar a Jesús, el hombre que ama, en algo más que un simple profeta.



Ambas autoras describen a mujeres enamoradas, embelesadas por una pizca de cariño, lo que las convierte en mascotas de sus amados a quienes se dedican en cuerpo y alma; son personajes con una fuerte debilidad espiritual que las disminuye ante los otros. Desde diferentes ángulos, Miller y Ampuero acuden a la marginación de la que son víctimas las mujeres por su género y excepcionalidad; en sus historias reflejan que lo único que necesitan es la seguridad en sus propias capacidades, el cariño y comprensión de su familia. Así tuercen el mito de Circe y María Magdalena para reivindicar su figura anónima en la historia de hombres y dioses, para mostrar que son las mujeres el talismán oculto de los grandes discursos.


Circe es la segunda novela de Madeline Miller. En ella resignifica la figura femenina de la hechicera para alejarla de su interpretación tradicional como la malvada mujer que embruja a Odiseo a fin de evitar que vuelva a Ítaca.


Pelea de Gallos es el primer libro de relatos de María Fernanda Ampuero en el que se incluye el cuento “Pasión” aquí descrito. El libro en general hace gala de un estilo crudo para abordar temas difíciles, pero importantes, como el acoso sexual, el feminicidio y la violencia intrafamiliar.

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