Por Citlaly Aguilar Sánchez
Atravieso una multitud que se ha parado a bailar. Llevo un vaso desechable con cerveza en la mano derecha; siento el palpitar de mis tacones, desde el talón hasta las caderas, con cada paso apresurado por subir al estrado. Es mi turno en el karaoke, por fin han puesto mi canción: “Cómo estás tú”, de Liberación.
Años atrás, en una fiesta de masones -no pregunten por qué estuve ahí- el karaoke comenzaba a decaer. Las canciones de Vicente Fernández y Rocío Durcal habían impregnado la atmósfera de una sensación pesada y sombría que cayó sobre quienes bebíamos whisky, ya con la mirada perdida, rememorando nuestros más terribles fracasos amorosos. “Tú no has cantado, ¿cuál quieres?”, me preguntó el amigo que me había invitado a dicha reunión; a mí, que en aquel entonces, es decir a mis 27 años, no solía cantar ante público alguno y que, además, me consideraba una rockera incomprendida que escuchaba siempre y a todas horas a The Strokes. Dado el ambiente de aquel lugar, no me sentí inspirada para hacer interpretación alguna, aunque si hubiera podido elegir, habría cantado “Meet me in the bathroom” o algo por el estilo. No obstante, mi amigo agregó: “Una alegre, para animar este pedo.” Y así fue cómo, luego de 20 años de no escuchar esa cumbia, volvió a mí para ser cantada –sorpresivamente- con mucha emoción.

Incluida en el disco Con más amor, publicado en 1992, “Cómo estás tú” fue un hit en la radio del momento. Todos en México la escuchamos durante nuestra niñez e incluso la bailamos, estoy segura. Con el paso del tiempo, al menos los de mi generación dejamos de oírla porque también dejamos la radio comercial o las estaciones gruperas, ya no asistimos a bailes populares, ni en las bodas o quince años familiares suelen tocar todas las canciones de hace dos décadas. Pero aquellas melodías siempre están ahí, acechando, como animales salvajes para atraparnos cual presas en el momento menos esperado, como a mí en aquella fiesta secreta en la que, pese a mi actitud rockera y huraña, no pude resistir el ritmo y me dejé llevar. Por supuesto que me sabía la letra y claro que la bailé con mi amigo, quien además me acompañó en los coros, olvidando por completo mi actitud indie y mi parafernalia neoyorkina.
Sin embargo, queridos lectores, este texto no es sólo la historia de la canción de Liberación, ni de una noche de karaoke, sino de cómo aquel que fue un simple amigo durante un par de años, a partir de esa noche, de esa canción, comenzó a significar mucho más para mí y, con ello, fue el inicio de una historia mucho más larga y dolorosa. Así es, a partir de aquella noche y aquella canción, me di cuenta de que él y yo teníamos más afinidad de lo que siempre creí, porque la música permite estas conexiones extrañas e inesperadas. Desde algunos años atrás, gracias a él conocí a bandas que nunca antes había siquiera escuchado mencionar, como Sparklehorse o Aztec Camera, y después también compartimos importantes momentos cantando y bailando con Liberación, Los Bukis y Grupo Yndio. Fue él quien, una noche mientras escuchábamos vinilos en su casa, puso el Land of milk and honey, de Mouth and MacNeal… “A ver si ubicas esta…”, me dijo mientras comenzaba a sonar “How do you do”, que no es otra más que la versión original de “Cómo estás tú”. Claro, sin el sabor cumbianchero de la banda de músicos novoleonenses, fundada por don Virgilio Canales Vela.

Luego de casi 10 años, de muchos problemas y mucho dolor, él y yo nos separamos definitivamente. Puedo decir que, hasta ahora, ese duelo ha sido uno de los procesos más duros y difíciles que he atravesado, porque no sólo fue una pareja, sino un amigo y cómplice con quien compartí afectos y una de las más grandes pasiones de mi vida: la música. Son pocas las personas en mi pequeño mundo a las que veo disfrutar de cada canción como lo suele hacer él, y eso es algo digno de agradecerse. Pienso que de todas las cosas que se pueden legar de una relación, una de las menos corruptibles es la música, porque a pesar de que al escuchar las canciones que nos recuerdan los momentos vividos puede sentirse nostalgia o cierta punzada en el corazón, con el tiempo se convierte en algo mucho más etéreo, es decir, en la constancia de que la felicidad existe y está al alcance de un botón de Play.
Así que ahora, mientras subo a la tarima del karaoke, con cada paso que doy para acercarme al micrófono mientras veo frente a mí a un montón de gente desconocida bailando en parejas esta riquísima cumbia, me siento feliz de volver a cantar la letra de Liberación con mucho cariño, aunque sin compañía en los coros, pero en agradecimiento a todo lo vivido.