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Delphine de Vigan, la escritora de novelas que son como un espejo

Por Mónica Maristain

¿Quién es usted cuando escribe?, le preguntó Anatxu Zabalbeascoa para el periódico El País. Ella contestó: “Uno es lo que decide mirar. Al escribir se multiplica. Sería yo, pero exagerada porque la escritura nos permite llevar al límite lo que somos”.


Se llama Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), vive en París y ha publicado unos cuantos libros en Anagrama, en la que la hemos conocido. Libros que son como pastillas, como elementos que nos llevan a una honda reflexión sobre temas que no teníamos previsto.


El escritor siempre nos lleva a esos lugares inhóspitos. Unos más que otros. Delphine es más que muchos otros que no alcanzan a describir lo que nos preocupa, como en Las Gratitudes, por ejemplo, donde una anciana juega hasta el final su vida, porque en definitiva, no morimos hasta que morimos.


“Maneja la materia autobiográfica con una contención que remite a Marguerite Duras”, ha dicho Marta Sanz (otra imprescindible) sobre Días sin hambre, su primera novela, en la que cuenta la historia de una joven anoréxica de diecinueve años. El relato que Laure hace en su diario de un cuerpo al borde de la muerte, un cuerpo vaciado que se hiela de frío durante sus primeros días en el hospital, con sus treinta y seis kilos de peso y su metro setenta y cinco, es verosímil y perturbador.

Las gratitudes, novela más reciente de la narradora francesa.


“Es un crimen contra uno mismo, una manera de hacerte daño cuando muchas otras cosas no funcionan. Cuando lo recuerdo pienso que no comer era como una droga, una anestesia que evitaba que sintiera otras cosas. Es una falsa armadura que se convierte en un círculo vicioso porque una se destruye cuando cree estar protegiéndose. Cuando comprendí eso pude romper el círculo”, afirmó Delphine de Vigan.


Juanjo M. Jambrina, de Jot Down, ha dicho de la novela No y yo: “Maestría y ternura… Una novela atípica”, mientras que Nada se opone a la noche fue el libro que la consagró internacionalmente; ha vendido en Francia más de ochocientos mil ejemplares, ha sido publicada por una veintena de editoriales extranjeras y ha recibido el Premio de Novela Fnac, el Premio de Novela de las Televisiones Francesas, el Premio Renaudot de los Institutos de Francia, el Gran Premio de la Heroína Madame Figaro y el Gran Premio de las Lectoras de Elle: “Este magnífico testimonio la confirma como una escritora contemporánea de referencia. Imprescindible” (La Vanguardia); “Con sobriedad y precisión, sin sentimentalismo (pero no sin sentimiento), Delphine de Vigan firma una inteligente, magnífica e implacable novela” (Elvira Navarro).


Basada en hechos reales fue llevada al cine por Roman Polanski y narra una espléndida, sobrecogedora crónica familiar en el París de los cincuenta, sesenta y setenta, pero también ante una reflexión en el tiempo presente sobre la “verdad” de la escritura. Y muy pronto descubrimos, detectives-lectores también nosotros, que son muchas las versiones de una misma historia y que narrar implica elegir una de esas versiones y una manera de contarla, y que esta elección a veces es dolorosa.


Delphine de Vigan tiene una edad rara. No es joven, pero tampoco vieja y parece ser que a su edad, a los 54 años, ha decidido ser prolífica y saldar todas las historias de su vida.

Ha contado la anorexia, después de vencerla, ha narrado el suicidio y la locura de su madre. Ha tratado problemas actuales como el acoso, la construcción de la memoria o el alcoholismo en los niños desde un hilo común que denuncia la incomunicación entre parejas, familias y amigos. Y se ha convertido en nuestra escritora favorita.


Ella, sin embargo, no cree que necesariamente hay que hacer público el dolor. “Escribí Días sin hambre y Nada se opone a la noche por mí. La palabra es terapéutica en sí misma, pero publicar un libro sobre algo personal tiene sentido cuando esa historia propia puede tener un carácter universal y entrar en resonancia con las de otras personas. Para mí eso es lo que podría explicar el éxito de esas mis novelas más personales: son como un espejo”.

Nada se opone a la noche, su novela más reconocida.


“Cuando era joven tenía un deseo de maternidad muy fuerte. Probablemente era una especie de fantasma de reparación, esa idea de que puedes reparar tu infancia siendo madre tú misma. Luego, embarazada, tuve miedo, como todo el mundo. Pero cuando nació mi hija fue tan sencillo que comprendí que los primeros años que viví con mi madre nuestra vida había sido así: fácil, fluida. El hecho físico de tomar a mi hija en brazos, de amamantar… Me hizo ver que mi madre vivió eso. Pude revivir a mi madre siendo maternal”, dijo Delphine acerca de ese trance que como dijo Isabel Zapata, lleva hacia el hecho de ser hija de esa madre que todavía (siempre) será misteriosa.


“Observando. Los doce-trece años son los del silencio, la edad de la incomunicación con los padres. Mis hijos me han contado cosas de ese tiempo que jamás pude imaginar. Y yo tenía la idea de que hablábamos mucho […] Los niños se expresan, pero no los escuchamos. Algunos padres están ciegos por su propio sufrimiento. Los problemas materiales o la incapacidad de salir de una obsesión nos centra tanto en nuestra herida que no nos permite ver lo que sucede. Los niños están sobreprotegidos en algunos aspectos y totalmente desprotegidos en otros”, dijo en torno a Las lealtades, una novela desgarradora sobre un niño que se evade bebiendo y unos adultos que tratan de encontrar un sentido a sus vidas.


“Incluso antes de la pandemia me di cuenta de que el libro suscitaba reacciones muy emocionales porque, en el fondo, la cuestión de la edad, de los ancianos que están en esas instituciones, esa manera que tenemos hoy en día de descartar a los mayores para protegerlos, pero también porque ya no consiguen ir a la velocidad a la que va nuestra sociedad, es algo que debemos cuestionarnos como sociedad. La pandemia solo pone en evidencia algo que ya sabíamos”, afirmó sobre Las gratitudes, su reciente libro.


“Es cierto que la pandemia nos ha abierto los ojos ante la soledad en las residencias, que es terrible. Ha pasado en España, en todas partes, personas mayores que han muerto sin haber podido volver a ver a los suyos, sin que nadie les pudiera tomar la mano, estar con ellos […] Eso nos muestra la crueldad de esta situación. Hay que tener esperanza en que quizá seamos algo más cuidadosos en el futuro, cuando podamos abrazarnos de nuevo. Este momento nos ha demostrado la importancia de todos esos pequeños gestos, los besos del saludo, acariciar una mejilla, tomarle la mano a alguien”, concluye Delphine, la escritora que debemos leer ahora.


Versión original en Maremoto. Revise aquí https://monicamaristain.com/delphine-de-vigan-la-escritora-de-novelas-que-son-como-un-espejo/



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