Por Jonatan Frías

19 de septiembre
El día de ayer Flor Aguilera publicó un comentario maravilloso sobre El peligro de estar cuerda de Rosa Montero y le dije que me lo iba a comprar y, pues nada, salí y me lo compré.
Entrada de Facebook.
Leí un post de Flor Aguilera y llamó de inmediato mi atención el recuento de escritores y sus manías. Siempre me he sentido seducido por los libros que hablan sobre libros y sobre sus autores. Pocas cosas hay más interesantes para un escritor que los libros que desnudan los mecanismos de otros libros, que desnudan los hábitos, los secretos y las manías de otros escritores. Nunca he leído a Rosa Montero, pero de entrada pinta bien.
Siempre he sabido que algo no funciona bien dentro de mi cabeza. Esto seguro lo hemos pensado todos alguna vez. Me sorprende gratamente el desparpajo que tiene Rosa Montero para abrir su libro con esta línea. Es maravilloso encontrarse con una autora que parte del reconocimiento de que para escribir hay que estar loco. Este humor y esta ironía de las primeras páginas es una delicia. La enumeración que hace de las manías de algunos autores engancha perfecto. Más de una me sorprendió y otras de plano me hicieron partirme de la risa, como saber que “Kafka, además de masticar cada bocado treinta y dos veces, hacía gimnasia desnudo y con la ventana abierta y un frío pelón; Sócrates llevaba siempre la misma ropa, caminaba descalzo y bailaba solo; Proust se metió un día en la cama y no volvió a salir, lo mismo hicieron, entre muchos otros, Valle-Inclán y el uruguayo Juan Carlos Onetti; Agatha Christie escribía en la bañera; Rousseau era masoquista y exhibicionista; Freud tenía miedo a los trenes; Hitchcock, a los huevos; Napoleón, a los gatos, y la joven escritora colombiana Amalia Andrade, de quien he recogido los últimos tres ejemplos de fobias, temía en la niñez que le crecieran árboles dentro del cuerpo por haberse tragado una semilla -lo encuentro parecido a comer cobre-. Rudyard Kipling sólo podía escribir con tinta muy negra, hasta el punto de que el negro azulado ya le parecía “una aberración”. Schiller metía manzanas echadas a perder en el cajón de su mesa, porque para escribir necesitaba oler la podredumbre. En su vejez, Isak Dinesen comía únicamente ostras y uvas blancas con algún esparrago; Stephan Zweig era un obsesivo coleccionista de autógrafos y encuaba tres o cuatro cartas al día a sus personalidades favoritas para pedirles la firma… Por no hablar de Dalí, que siempre fue el rey de las extravagancias”.
Esto debería bastar para enamorarse del libro.
Yo puedo escribir en cualquier lado y no importa si hay ruido, a diferencia de Christie. Ahora mismo estoy en una plaza tomando anotaciones mientras el mundo gira conmigo sobre él y yo ni me entero. No colecciono autógrafos como mi adorado Zweig, pero salgo todos los días, no importa si sólo voy a la tienda, con una mochila llena de libros y mis termos de cafés llenos, sin contar mi IPad que también está llena de libros. No soporto la idea de que haya gente antes que yo y me quede esperando mi turno haciendo nada, así que saco uno de los libros que traigo al azar y leo. No tengo una obsesión como Rosa Montero con el cobre, pero desde niño he tenido la idea de que la cebolla es uno de los grandes males de la humanidad y no hay poder humano que me haga comerla. No puedo caminar sin ir imaginando catástrofes a mi alrededor y regularmente hablo solo, por eso agradezco tanto el uso de los manos libres y los cubrebocas: ya nadie me ve con desconfianza cuando nos cruzamos por la calle.
21 de septiembre
Pasé unos días sin poder leer el libro de Montero, regreso y me sorprendo de las similitudes que encuentro con La melancolía creativa. Claro, Ramírez-Bermúdez habla desde su juicio clínico y respalda sus ideas con evidencia; Rosa Montero camina entre intuiciones. Ella tiene esa capacidad de ver esto en aquello y se mueve entre reberveraciones. Qué tremenda escritora es. ¿Por qué no la había leído antes? Su nombre me era tan familiar. ¿No tendré algo más de ella en casa? No, seguro la confundo con Rosa Chacel. En todo caso no debe ser tan inusual empezar por la orilla más próxima en lugar de ir a buscar los primeros libros.
Pensado mientras camino.
El ensayo autobiográfico como método de la autoficción es una maravilla. Hablar de lo más personal valiéndose de toda técnica narrativa es algo que como lector disfruto mucho. Pienso en los Papeles Falsos de Valeria Luiselli o La pulga de Satán de Mariana Orantes. Claro, sus libros son de temperaturas distintos, pero en ellos está la misma inquietud de dar orden a la realidad, de generarn tensión narrativa. Empiezan a ver el mundo no sólo desde su propio punto de vista, sino que lo filtran a través del cuerpo, es decir, de sus sensaciones y de sus emociones. Es interesante que Rosa Montero mencione justo a Carrére, que hace de la realidad el terreno en el que sucede la ficción; pienso en Yoga, por supuesto.
Nota escrita en una hoja suelta y anexada a mi diario.
¿Qué diablos con esa doble de Rosa Montero? Eso sí que que mete mucho miedo.
Pensado al leer.
26 de septiembre
Qué maravilla El peligro de estar cuerda. Su tremendo sentido del humor se desborda por las páginas y lo anega todo. Durante lapsos enormes el libro me recuerda y me recuerda a La melancolía creativa de Jesús Ramírez-Bermúdez. La forma en que aborda el tema R-B no dista mucho de la de RM. Acaso R-B se centra en los aspectos neuroquímicos, mientras M hace un corte de caja. Ella es su propio sujeto de estudio; ella y sus manías son el centro de su curiosidad.
Entrada de diario.
27 de septiembre
Escribir es jugar con un juguete enorme.
Leo arrebatadamente. Encuentros y desencuentros. Confidencias y coincidencias. ¿Todos nos sentimos igual cuando escribimos? ¿Usurpadores, defraudadores, estafadores: un timo? La literatura es un estallido interno que no nos deja estar sin escribir. Que no nos deja estar sin imaginar catástrofes. Paso por las páginas que dedica a Plath y me vuelve a doler como pocas cosas. ¿Cómo debo de sentirme yo, si ella, que era pura escritura, no se sentía más que una impostora? Escribir, más que liberarnos, nos desata.
Entrada de diario.
Creo que todos los novelistas tenemos la intuición, la sospecha o incluso la certidumbre, de que, si no escribieramos, nos volveríamos locos o nos descoceríamos, nos desmoronaríamos, se haría ingobernable la multitud que nos habita.
¿Qué nos hace creer que merecemos ser escritores? ¿Qué nos hace creer que merecemos ser leídos? Los escritores somos material de manicomio.
Pensado al leer.
28 de septiembre
Qué brutal es el capítulo Tormenta perfecta dos. Aún me tiemblan las manos y apenas si puedo escribir.
Entrada de Twitter.

Rosa Montero en la FIL Guadalajara Foto: Alejandro Ortega Neri
Estoy profundamente conmovido, también estoy profundamente triste. Montero aborda de un tirón el suicidio de Plath y de Zweig para mostrar un poco la diferencia entre el suicidio desesperado y el suicidio razonado. Lo hace con una sensibilidad y una empatía envidiable. ¿No es desolador en sí mismo saber que los escritores estamos 50 por ciento más cerca del suicidio que los demás? En alguno de los talleres de cuento que di, recuerdo haberles dicho a los chicos y a las chicas que sólo escribimos quienes estamos rotos. Es durísimo ver tantos ejemplos de esto. Esta es la verdadera lucha, diría B.
Entrada de diario.
29 de septiembre (por la madrugada)
Escribo esto y pienso otra vez en La melanclía creativa. Qué afortunado soy de haberme topado con estos libros casi consecutivamente. Este libro me ha permitido leer con más y mejores herramientas el de Montero. Ver los trastornos afectivos y su relación con la creatividad con una mirada más suave.
Entrada de diario.
En algún momento Rosa Montero se pregunta si el viejo Van hubiera preferido ser un poco menos genial a cambio de ser un poco más felíz. La respuesta es Sí.
Entrada de diario.
La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de oscuridades.
Este libro me ha afectado de una forma tan íntima y tan personal que quiero abrazar a Rosa Montero, agradecerle y echarme a llorar.
Pensado al leer.
Ahora escucho el Adagio del concierto no. 3 de Bach, que es lo único que puede explicar cómo me siento ahora.
Entrada de diario.
La historia de Lessing también me duele mucho. ¿Habrá pensado en ella misma cuando escribio el Diario de una buena vecina?
Entrada de diario.
Termino de leer el libro y no sé si me alcancen las palabras. Hay una suerte de desolación, de vacío. También hay redención, sí. En el fondo es un libro lleno de esperanza pero son tantos los escritores que entraron en la oscuridad sin poder salir… Me quedo con la luminosidad, pero para expresar lo que siento habría que ser Chopin o Chagall. Ellos hicieron de la melancolía la materia prima de sus obras. Habría que ser Caravaggio, que entendió los favores de la luz porque habitaba entre las sombras.
Entrada de diario.
La locura es la cara más visible de la individualidad. Son sus matices los que verdaderamente nos hacen únicos.

Foto: Cortesía del autor