Por Eduardo Jacobo Bernal
Hay tiras cómicas que se publican cada domingo, hay comics que cada mes encontramos en los puestos de revistas, hay crossovers con portadas variantes cada año; pero hay novelas gráficas que aparecen una vez en la vida y marcan a una generación: esas son las chidas.
En la cada vez más lejana década de los 90 del siglo pasado, la historieta nacional había caído en un bache creativo, los sensacionales de traileros, albañiles, verduleros y demás oficios, pululaban por todos lados, los superhéroes mexicanos luchaban no contra enemigos ficticios, sino contra la mala distribución y la inflación creciente; pero entre los dolores de parto del neoliberalismo surgió un colectivo de artistas que estaban empeñados en demostrar que la historieta mexicana seguía con vida.
Nacidos gráficamente en las páginas de La Jornada, en la sección llamada “Histerietas”, crearon la mítica revista Gallito inglés -que después mudaría su nombre a Gallito Cómix- y formaron después un colectivo denominado El Taller del Perro. Los nombres de estos artistas eran Ricardo Camacho, Edgar Clément, Eric Proaño“Frik”, José Quintero y Ricardo Peláez. Todos estos nombres son ya parte del panteón de ilustradores ilustres, valga la redundancia. Pero en aquellos primeros años eran jóvenes abriendo un espacio a la historieta, mostrando que la narrativa gráfica iba más allá de los superhéroes y que era un lenguaje que podía abordar cualquier temática y bajo cualquier enfoque.

Logrando consolidarse entre un pequeño fandom de lectores, estos autores incursionaron en la auto-publicación, cada uno bajo diversos proyectos, pero el que hoy nos ocupa, vale decirlo, es aquel que nunca pude conseguir en la fecha de su publicación original (1998): Fuego Lento de Ricardo Peláez Goycochea.
Esta novela gráfica recupera una serie de pequeñas historias independientes entre sí, algunas son obras completas, es decir, guión y dibujo de Peláez, y otras marcan colaboraciones con diversos escritores o músicos. Sin embargo, el eje que atraviesa la obra es la peculiar narrativa de Ricardo, una desazón por la vida, por la muerte, por el amor y el sexo que nos revelan el lado más cotidiano del dolor.

“La gente no lee los muñequitos para afligirse” se auto-parodia el Peláez, pero en cada una de sus viñetas encontramos razones para abrirnos y abrazar la nostalgia. El amor que no fue, el amor que sí fue y se malogró, la violencia cotidiana que ya es parte de nuestro ser, la mirada introspectiva de quien se asoma a su propia alma buscando el sentido de este sinsentido que es la vida.
Hay que agradecer a la editorial Pura Pinche Fortaleza Cómics el sacar del baúl de los tesoros no encontrados esta magnífica compilación de historieta. Hoy los lectores de cómics podemos poner a fuego lento nuestro dolor y sacarle todo el jugo, pasar por las páginas y hacernos uno con nuestra tristeza y soledad, para cerrar la novela gráfica y salir fortalecidos, plenos, bien cocinados.
