Por Eduardo Jacobo

En la cada vez más lejana década de 1990, el panorama para la historieta mexicana lucía muy poco halagador: el neoliberalismo se había instalado en el país y los ajustes económicos habían sumido a la sociedad en una espiral inflacionaria. Los cómics gringos tuvieron que salir de los quioscos y el Hombre Araña fue el único que resistió el embate con un precio de portada de 120 pesos, en 1986, y que apenas seis años después llegaría a los mil 500 pesos.
En México el mercado de las historietas iba en franca decadencia después de haber sido uno de los países que más imprimía y vendía monitos. Karmatrón y los transformables fue uno de los pocos cómics de superhéroes que se mantuvo a flote al lado de historietas humorísticas como VideoRisa o El Mil chistes y los clásicos como El libro vaquero.
En ese escenario, hacer cómic de autor o propuestas temáticas alejadas de los personajes con capas era casi impensable, sin embargo, el periódico La Jornada abrió una grieta en el mercado al dar espacio para una sección llamada Histerietas en la que algunos jóvenes talentos encontraron páginas en blanco para nuevas viñetas irreverentes y muy clavadas con el rollo contracultural.
Aun así, el mundillo del cómic nacional parecía una cosa muy underground, sólo para unos pocos buscadores de nuevas propuestas narrativas, y justo ese mercado es el que el zacatecano Víctor del Real intentó conquistar al crear una revista -mítica a la postre- llamada El Gallito Inglés. En ella se propuso reunir a los narradores gráficos mexicanos y agarrarse del tren contracultural que significó el movimiento “Rock en tu idioma”, haciendo que la temática inicial de la revista fuera conectar historieta y rock mexicano y dedicando las primeras portadas a grupos como El Personal y La Maldita Vecindad, entre otros.
Al poco tiempo la revista agarró su propio ritmo y dejó atrás la excusa rockanrolera para dar paso a historias realmente potentes y que se han hecho un espacio en la incipiente historia de la historieta mexicana. Ricardo Peláez, José Quintero, Edgar Clément, Frik Proaño y Rick Camacho fueron el núcleo inicial de esa aventura editorial, de ahí surgieron muchos proyectos alternativos aunque en realidad todavía muy underground. Gallito Cómics -como fue su nombre después de unos pocos números- se convirtió en el estandarte de la historieta nacional de fines del siglo XX y los autores mexas publicaron al lado de consolidados narradores argentinos y españoles con la misma calidad.

Las vicisitudes de toda travesía, sin embargo, acabaron por desgastar a la tripulación. “El Gallo” -como le decíamos de cariño los lectores- llegó barriéndose al número 60, publicado en noviembre de 2000, ya con muy pocas colaboraciones del núcleo inicial de creadores, con historias repetidas y con desgano evidente en cada bienvenida editorial. Sin embargo, como si se tratara de un fénix en viñetas, “El Gallo” resurgió de sus cenizas y al paso del tiempo retomó fuerza. Muchos de sus lectores la recordamos como un alivio en una década en la que el mundo mostraba ya su desolador futuro y la revista se convirtió en añoranza y anhelo.
En pleno 2021, después de una pandemia, en un mundo dominado por las Inteligencias Artificiales y la estupidez natural, en donde la impresión en papel cede cada vez más a los web-cómics, “El Gallo” patalea y saca a la luz el número 61, una compilación hecha por la editorial Pura Pinche Fortaleza Cómics, quienes seguramente leían “El Gallo” en sus juventudes. Este compilado nos trae nuevas historias de viejos conocidos, pues casi todos los miembros originales le dan vuelo a la nostalgia y la plasman en papel -con la notoria ausencia de Quintero, el papá de la Buba-.
En este compendio también vemos nuevos talentos. Los promotores del número 61 de “El Gallo” quisieron apostar por la nostalgia y regresaron a los orígenes, por lo que la mancuerna historieta-rock se volvió a hacer presente con relatos breves inspirados en alguna rola de El Haragán, Soda Estéreo, Tin Tan, Los Ramones, Charly García y muchos más.
Por supuesto que en esta recopilación no están todos los autores o autoras y ello no es un fallo, sino una demostración de lo renovada que está la escena historietística actual, pues son legión quienes ahora usan al cómic como herramienta social, con fines periodísticos, como expresión de identidad, divertimento o memoria, pero todos coinciden en algo que “El Gallo” nos dejó muy claro en su eslogan: el cómic fue y sigue siendo “un material para resistir la realidad”.
