Por Jonatan Frías

Foto: El Reborujo Cultural
Yo pertenezco a la siguiente generación de La Armada Invencible. Yo no crecí en la estridencia del trash. Mis héroes no fueron Metallica, Megadeth, Slayer, Anthrax, Sepultura; mis raíces no estaban en Black Sabbath o AC/DC. Mi generación fue más depresiva que rebelde. No estábamos enojados, estábamos alienados y, sobre todo, desilusionados. La apatía se volvió postura. Crecimos con el grunge y el rock alternativo. Nirvana y R.E.M. cantaban nuestros himnos. Pearl Jam, Smashing Pumpkins, Soundgarden lo eran todo. No por eso dejamos de lado el punk y el post-punk: Sex Pistols, Ramones y sobre todo, The Clash; Joy Division, Bauhaus, New Order. También apareció The Cure, Depeche Mode, Pixies, Jane´s Addiction. Nos llenamos de angustia y la alimentamos. Por eso leer la nueva novela de Antonio Ortuño es tan significativo. Es escuchar las aventuras del hermano mayor. Es servirse un trago de whisky, solo, y escuchar el polvo que anticipa el vértigo sobre el vinil. Es subirse a un carro con un V8 bien aceitado y pisar el acelerador a fondo desde el inicio. Es subir el volumen y no parar hasta que el mundo entero diga: Never Say Fucking Die!
Empapada de nostalgia, La Armada Invencible (Seix Barral, 2022) es un retrato coral de una época cada vez más remota y, paradójicamente, más viva. Barry, Yulian, el Mustio, Isaías y la Pato, que entra a suplir al Mustio, se reencuentran para darle vida a una banda que quedó perdida entre estridencias y reverberaciones. La juventud es tempestad y es riesgo, es ímpetu irrefrenable. La adultez es un esfuerzo interminable por aceptar que todo terminó. Son los compromisos fiduciarios, las tardes en el parque con los hijos, la guitarra acumulando polvo en el fondo de un ropero.
Con una prosa insatisfecha que siempre quiere más, Antonio Ortuño entrega una de sus novelas más ambiciosas y corpulentas. Uno puede intuir, mas nunca adivinar, lo que acecha en la página siguiente. Por momentos llena de vértigo y por momentos sosegada, la historia va y viene entre pasillos de recuerdos transfigurados. La memoria es una puta traicionera que forma, reforma y deforma el pasado sólo para azotarnos en el presente. De esa materia está confeccionada esta historia.
El Barry es el lider de la banda, pero es Yulian quien lleva la mano dentro de la narración. Son sus pasos los que hay que seguir, sí, pero no son los únicos. Porque La Armada Invencible es un ecosistema vivo y en constante cambio; también sirve como mapa de un género y de una época, de una ciudad y su suciedad. Sus morales relajadas y apretadas, según mande el termómetro.
Los que le seguimos los pasos a Antonio Ortuño desde sus primeros libros sabemos de sobra de la capacidad que tiene para contarnos una historia. Aquí pasa de la primera persona a la tercera con una facilidad que seduce. Lo mismo da paso al ensayo y a la genealogía del género más potente y más cabrón. De The Beatles a Motorhead. De Sabbath a Megadeth. De Zepp a Metallica, todo envuelto en una prosa limpia, ajena a todo ripio y con un humor ácido. No ese de carcajada fácil, sino aquel de risa cáustica que lo carcome todo desde dentro.

Antonio Ortuño. Foto: Alejandro Ortega Neri
Su soundtrack, anunciado desde su índice, marca un ritmo a galope de riffs endemoniados y solos de batería que no dan respiro: Tocábamos Heavy Metal y queríamos sonar más densos y estridentes que un tanque de guerra atorado en el lodo. Apenas uno abre el libro y ya se encuentra dentro de la trama. ¿Cuánto está dispuesto a arriesgar La Armada por tocar una noche más en el puto Hangar? El resto. No se piensan guardar nada.
Qué importa si de pronto el pasado los asalta, qué importa que ya no coincidan los anhelos, que las pinches rodillas duelan, que las manos duelan, que la espalda duela, que falte el aire entre cada una de las canciones. No importa nada con tal de que La Armada vuelva a los putos escenarios.