top of page

“La culebra”, Banda Machos

Por Citlaly Aguilar Sánchez

1994, año complicado en nuestro país. Queridos lectores, según el periodista Diego Enrique Osorno, fue uno de los años más significativos en la historia mexicana moderna, pues se gestaron alianzas importantes a nivel económico y político. Además, dentro de todos los sucesos que marcaron ese año trágico, uno de los más recordados y simbólicos fue el asesinato de Luis Donaldo Colosio, en Lomas Taurinas al finalizar un mitin durante su gira para contender por la Presidencia de la República, mientras se escuchaba de fondo “La culebra”, de Banda Machos.


Ese día, como cualquier otro de mi niñez, me encontraba jugando con mi vecina Sori en los columpios que su papá instaló en su casa. Despreocupadas y sin miedo a nada, nos abalanzábamos hacia las alturas con velocidad. Dicen que nadie sabe cuándo termina su infancia, que simplemente un día dejaste de jugar. Quizá sea un privilegio, pero ese día fue uno de los últimos que fui niña. Lo sentí en el aire de aquella tarde cuando, de repente, todo alrededor pareció quedar en silencio. Nuestros padres dejaron de hacer lo que comúnmente hacían a esas horas y se quedaron atónitos frente al televisor.


A Sori la pusieron a hacer tarea, que era la señal que yo tenía que captar para que no tuvieran que ser groseros conmigo y pedirme que me fuera a mi casa. Así que, una vez en la sala donde mis papás estaban absortos escuchando a don Jacobo Zabludovski, yo quería seguir jugando. Le pedí a mi hermano que jugáramos carreras en la bici, pero él, tres años mayor que yo, me rechazó con el típico “shhh”.

Durante la niñez, una de las cosas que más me molestaban o hacían sentir mal era precisamente eso, no ser vista como un humano importante, digno de explicarle las cosas trascendentales o tomada en cuenta para momentos de información nacional. Mis papás no consideraban de interés que yo estuviera al tanto de lo ocurrido, así que, sin más, el único que tal vez podría aclararme algo de ese momento era mi hermano.


-¿Por qué nada más quieren estar viendo eso? ¿No le podemos cambiar a las caricaturas?- le pregunté.

-Mensa, ¿no ves que era muy famoso? A mucha gente le importa- me explicó cortante.


Así que no tuve más que aceptar su breve y significativa aportación, y unirme a la congregación frente al único televisor que había en esa casa.


En esas transmisiones y en las consiguientes, durante al menos quince años, los videos de la macabra escena fueron vetados pero, actualmente, son relativamente conseguibles. Y aquella canción incluida en el disco Casimira de 1991, que llevaba años siendo un éxito en la radio, así como en bodas y fiestas, y que sonaba en el mitin de ese 23 de marzo de 1994, en Lomas Taurinas, Tijuana, resulta una elegía. Creo que nadie puede volver a bailar Quebradita con el mismo entusiasmo después de ver cómo una bala atraviesa parte de la cabeza de Colosio.

Este evento, que significó un suceso nacional terrible, fue también uno de los que marcaron el final de mi infancia, y no sólo porque se convirtió en el primer momento en que me interesé por la política del país, ni porque encontré en las concisas palabras de mi hermano una sabiduría que nunca le había visto -lo cual era para mí ya un signo de adultez- sino porque, días después, luego de haber jugado en los columpios con Sori, como de costumbre, sentí la necesidad de ir al baño y corrí a la comodidad de mi casa, donde segundos después pude ver que me había venido la regla.


Una hebra de líquido rojo, con la inusitada forma de una culebra, reposaba sobre el agua del sanitario frente a mis ojos que, en ese momento, hubieran podido salir de su órbita de la impresión. Sin saber qué hacer, salí en busca de mi mamá, quien se encontraba viendo la tele con mis dos hermanos, frente a los que no me atreví a decir nada. Tuve que esperar a que terminaran de ver Tiburón en el Canal 5 que, como parte de la trilogía, pasaban ese fatídico sábado. No ahondaré en la angustia que me generó ver la sangre que la bestia acuática dejaba en el mar después de matar a sus víctimas, ni en la incipiente analogía que hice entre esta y mi menstruación, bastará con decir que desde ese momento mi vida nunca volvió a ser la misma, nunca volví a jugar en los columpios como antes.


Así que, sí, 1994 y “La culebra” tienen un significado sumamente profundo para todos en México. La sangre que representan ambos elementos ha marcado dolorosamente lo que somos ahora y, particularmente, quien ya no pude volver a ser.




bottom of page