Por Jonatan Frías
Si alguna vez has estado triste sin motivo,
es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.
E.M. Cioran
Foto: El Reborujo Cultural
Qué maravilloso es leer a un escritor que además de ser un gran lector, posee una inteligencia notable. Un escritor que sabe ver esto en aquello. Es el caso de Jesús Ramírez-Bermúdez. Esto lo tengo claro desde que en 2016 leí Un diccionario sin palabras. Libro deslumbrante que me revelaba a un ensayista notable, un lector deslumbrante y una inteligencia aguda y puesta al servicio de la curiosidad.
Ahora, con La melancolía creativa, deja además una muestra clara de su pasión por un saber que va más allá de lo clínico. Es un tremendo neuropsiquiatra que también es un tremendo escritor. Jesús Ramírez-Bermúdez no sólo nos quiere contar una historia maravillosa y deslumbrante, sino que además se preocupa por contarla bien, y para ello se vale de todas las herramientas técnicas que posee y que ciertamente no son pocas.
Su gusto y conocimiento por el mundo clásico es basto y pleno. Eso queda reflejado desde las primeras páginas. Si no viviéramos en pleno siglo XXI y sí en la época de nuestros antepasados primitivos, Ramírez-Bermúdez tendría un lugar privilegiado en la tribu: sería el contador de historias. Puedo imaginarlo sin dificultad hablando de esto y aquello alrededor de un auditorio silente y atento. Así es, al menos, como lo leo yo: deslumbrado y maravillado.
Qué potente es la melancolía. Hace poco, en una llamada telefónica, mi editora me dijo que yo tenía una fuerte inclinación por la melancolía. No se equivocó. Me seduce. La tristeza y la melancolía poseen una belleza que la felicidad desconoce. Por eso es que este libro me resulta, desde ya, fundamental.
Apenas entré en él una tarde gris de un domingo de julio y no pude salir. Cerré las cortinas y procuré la ginebra y los cigarros a la mano. Llené de comida el plato de mis gatos y les puse agua fresca y limpia. No quería que nada interrumpiera mi lectura.
La melancolía creativa, más que una historiografía, es -al estilo de Foucault- una genealogía. Repasa la literatura médica buscando claves e indicios, y aunque es riguroso frente a los hechos, su interés está en las ideas, en la metamorfosis del concepto. Los hechos dan cuenta de las personas, las ideas de las sociedades.
La melancolía creció dentro de las conciencias de Occidente como crece la madurez dentro del fruto. La sociedad tomó entonces la forma de la melancolía que la contiene y los espíritus melancólicos fueron seducidos por la creación. Freud y Jung discutieron ampliamente sus posibilidades y dieron origen a nuevos conceptos. La sublimación no era ya sólo un proceso químico. Flecharon ideas que daban paso a nuevas formas de entender los malestares. Julia Kristeva hizo el mismo recorrido y para ella la literatura fue el vehículo de la sublimación. La literatura es entonces un juego de pura imaginación en el que signos y sonidos se confabulan para resignificar, transmutar, reformar: sublimar. Convertir esto en aquello: plumas en piedras. Si el hombre es, como dice Octavio Paz, el olmo que da peras, la melancolía bien puede ser la oscuridad que da luz.

La historia de Occidente es la historia de la melancolía. Está en el centro de nuestras narraciones. La literatura, como ninguna otra de las artes, ha sabido dar cuenta de ello y ha pagado su precio. Los escritores suicidas no están lejos de su interés: Quiroga, Storni, Zweig, Benjamin. Todos ellos espíritus dotados y sensibles, a quienes la vida les dolía acaso demasiado.
Borges decía que el trabajo del escritor era tomar las emociones y convertirlas en un álgebra. Las emociones siguen ahí, pero cifradas. Hay que entrar en ellas para descubrirlas. Si el lenguaje es el límite de nuestra realidad, como postulaba Wittgesntein, la literatura es la puerta que nos permite tolerarla, es la transparencia que nos permite ver la otra orilla: La literatura es el envés de la realidad.
Ya en otro lugar dije que me encanta el psicoanálisis por todo lo que toma de la estética. Sus soluciones suelen ser siempre elegantes y contemplativas como el mejor impresionismo. Hay que alejarse para que esas manchas develen sus figuras.
La Filosofía, como el Psicoanálisis, la Física, las Matemáticas, la Psiquiatría, en su punto más alto, son literatura. No sólo porque sean capaces de construir una narrativa coherente, sino porque además esa narrativa es bella. Son literatura porque, además de los saberes técnicos, exigen inteligencia, imaginación, intuición. Trabajan no sólo con lo que se sabe, sino con lo que se presiente.
Jesús Ramírez-Bermúdez cuenta desde la erudición, desde la responsabilidad y la ética profesional, desde la sensibilidad del artista, pero también desde la intimidad. Sus experiencias personales también están puestas en la mesa, a veces como mero pretexto para la reflexión, otras, como punto de partida de una pregunta. En este sentido, Jesús Ramírez-Bermúdez pertenece a la misma categoría de enormes, enormes médicos que han sabido contar: Chejov, Bulgákov, Schnitzler y, más recientemente, Oliver Sacks, por citar algunos ejemplos notables.
También están las lecturas que no son pocas. Ramírez-Bermúdez es generoso y permite el diálogo. No es un ensayista enamorado de las oraciones cerradas, de los argumentos categóricos. Cede la voz cuando siente que alguien más ya dijo lo que él quiere decir y, así, uno realmente no está solo a la hora de leer. Se siente acompañado. Hay un diálogo más que un monólogo a lo largo de todas las páginas de La melancolía creativa.
¿Cuál es la relación que guardan los trastornos afectivos con la creación artística? Con la creación literaria, para ser más específicos. Ese es el centro medular de este libro. ¿Por qué son tantos los y las escritoras que han padecido sus efectos? De Viginia Wolf a Sandor Márai. Depresión mayor, Esquizofrenia, Trastorno de bipolaridad, sumados a la ansiedad, la soledad, las dolencias físicas. ¿Cómo se hace para escribir, para crear, en estas condiciones? ¿Hay una relación directa o se crea pese a ello?
La melancolía creativa es un libro que, además de pertinente, resulta necesario. Había que plantearse las preguntas que nos hace Jesús Ramírez-Bermúdez. Había que ver de frente todo este dolor. No se romantiza la depresión, se sensibiliza. Hace un corte de caja con las ciencias médicas y un llamado a las ciencias humanas. Es, en suma, un texto imprescindible.