Por Arlett Cancino

Hace unos años, poco antes de la pandemia, mientras comíamos un choripán luego de una extenuante caminata por el cerro, una amiga nos describía el entusiasmo que sentían sus alumnas por participar en la marcha del 8 de marzo; ella, por otro lado, mostraba cierto desdén y escepticismo sobre la importancia y trascendencia de las manifestaciones feministas, puesto que, en sus palabras, ella jamás había padecido discriminación ni abusos por ser mujer. Fue entonces cuando lanzó una pregunta provocadora: ¿las manifestaciones feministas realmente sirven de algo?
Si bien muchas se pueden sentir lejanas o poco identificadas con las actuales manifestaciones que realizan los colectivos feministas cada Día Internacional de la Mujer, eso no significa que no gocen de los beneficios que dichas acciones han traído para nuestro género a lo largo del tiempo.
A inicios del siglo XX, las mujeres empezaron a resentir y hacer evidente su situación de desigualdad económica y social, por lo que comenzaron a organizarse para exigir su derecho al voto, pues éste les daría una participación directa en las decisiones del gobierno. Las sufragistas, como ahora se les reconoce, se dieron cuenta de que la mejor manera de conseguirlo era a través de la atención pública, así que con ellas se inició la tradición de las manifestaciones colectivas y masivas para alzar la voz por los derechos de la mujer.
En Inglaterra, el 9 de febrero de 1907 se realizó la primera gran manifestación sufragista conocida como la Procesión Unida de Mujeres o Marcha de Lodo, en la que se reunieron más de tres mil personas que marcharon bajo fuertes lluvias y calles llenas de fango. En 1913, se congregaron en Washington aproximadamente ocho mil mujeres un día antes de la toma de protesta de Wilson como presidente de los Estados Unidos. Luego de una constante presión de las sufragistas inglesas durante casi veinte años, consiguen en 1918 el derecho a votar para todas las mujeres mayores de 30 años. Asimismo, después de siete años de la manifestación en Washington, se enmienda la constitución norteamericana y se otorga el voto a cualquier ciudadano sin importar su sexo.

Paulatinamente las mujeres de los demás países han exigido su presencia en las decisiones del gobierno. Las acciones que las mujeres tomaron en México fueron la realización del Primer Congreso Feminista de Yucatán en 1916; la creación de las Ligas de Orientación Femenina y, en 1935, del Frente Único Pro Derechos de la Mujer. No obstante, fue la manifestación del 6 de abril de 1952, que reunió a más de veinte mil mujeres en la Ciudad de México, la que generó una gran presión en el candidato y posterior presidente Adolfo Ruiz Cortines, quien en 1953 consigue la promulgación de las reformas constitucionales que dieron el voto a las mexicanas.
Las manifestaciones continuaron durante la segunda mitad del siglo XX; una vez conseguido el sufragio, ahora se peleaba por visibilizar la diferencia de trato entre hombres y mujeres que se da en los espacios públicos y privados, por eso se buscaba hablar sobre la despenalización del aborto y la violencia sexual. El Movimiento de Liberación de la Mujer, entre muchas otras cosas, cuestiona las relaciones de poder en lo doméstico, sobre todo aquellas que deberían concernirle al Estado.
En México, durante las manifestaciones estudiantiles del 68 emerge una revolución feminista, que a la par de Movimiento de Liberación de la Mujer que se desarrollaba con más fuerza en Europa y Estados Unidos, realizó un sinfín de protestas que iniciaban desde el ámbito familiar en el que las mujeres trataban de romper con el autoritarismo patriarcal que las limitaba a vestir de tal o cual manera; en el académico, exigían la oportunidad de estudiar cualquier carrera universitaria; y en lo personal, pugnaban por una liberación sexual que les permitiera controlar y planificar su reproducción. Así, para 1972, el grupo Mujeres en Acción Solidaria fue el primero en plantear una modificación legislativa para interrumpir el embarazo. En 1974 se modifica la Ley General de Población en la que se legalizan los servicios de planificación familiar y el artículo 4º para reconocer el derecho de decidir libre, informada y responsablemente el número de hijos.

Todas estas movilizaciones a la larga han permitido que las mujeres adquieran seguridad en sí mismas y esta confianza las ha ayudado a cobrar una relevancia importante en el mundo social, económico, cultural y académico. Por ejemplo, la matrícula universitaria femenina ha crecido considerablemente y ahora optan con mayor facilidad por carreras consideradas masculinas como las ingenierías, y también es evidente el gran número de profesoras universitarias con renombre y prestigio. En el ámbito político, desde que se consigue el sufragio para las mujeres en 1953, han participado activamente como alcaldesas, representantes de secretarías; en diputaciones locales y federales y en el Senado. Históricamente se cuenta con siete gobernadoras para los estados de Colima, Tlaxcala, Yucatán, Ciudad de México, Zacatecas y Sonora; asimismo, cinco mujeres han contendido por la presidencia del país.
Durante las primeras décadas del siglo XXI se registra una presencia masiva de manifestaciones feministas, pues se ha conseguido una convocatoria que rompe con cualquier frontera, a ellas se suma el activismo que se da en redes sociales, en el que la mujer ya no teme denunciar los maltratos y la inequidad que padece. Se sigue peleando por una igualdad de oportunidades en todos los niveles educativos y laborales, y por promover una participación política de calidad; pero sobre todo la lucha ahora es contra la violencia de género y por el derecho al aborto.
Entre lo conseguido en estos aspectos se encuentran la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007), se han fundado instituciones para atender a las mujeres víctimas de violencia como el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) y la Fiscalía Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas (FEVIMTRA). La búsqueda por la despenalización del aborto tiene una larga trayectoria y actualmente está autorizado por la Constitución, pero sólo seis estados lo permiten en las primeras 12 semanas de gestación sin importar las causas: Ciudad de México, Oaxaca, Hidalgo, Veracruz, Baja California y Colima.
Sin embargo, la situación aún es preocupante: en 2011 el 47% de las mujeres de más 15 años reportó sufrir algún tipo de violencia por parte de su pareja; 20% de las trabajadoras ha padecido de violencia laboral y casi 30% de las mexicanas son agredidas en la calle de manera física, sexual o psicológica; esto sin hablar de las innumerables víctimas de feminicidio, cuyas cifras oficiales no reflejan la realidad de este delito.

Los retos aún son muchos, las feministas de siglo XX trabajaron arduamente para conseguir los derechos de los que ahora gozamos y las feministas contemporáneas luchan para conseguir los derechos de los que gozarán nuestras hijas y nietas en un futuro. Aquel día del choripán, le contesté a mi amiga que si ella creía no haber sufrido ningún tipo de discriminación por su género, se podía deber a dos motivos: a que disfrutaba de aquello por lo que otras pelearon o a que tal vez no veía la violencia y/o discriminación que la rodeaba en sus relaciones sociales, tanto personales como laborales. En cualquiera de los casos, hacía falta cobrar conciencia y ser más observadora.
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Las cifras retomadas para la elaboración de este comentario provienen del artículo: “Principales logros y retos del feminismo en México”. Si se quiere conocer la irrupción de las colectivas de mujeres jóvenes que se desempeñan a través de la protesta social y el ciberactivismo se recomienda el artículo: “La protesta feminista en México. La misoginia en el discurso institucional y en las redes sociodigitales”.