Por Mónica Maristain

Cada vez que una joven dice: “no voy a leer a esos hombres blancos de mediana edad porque ya no me tienen nada que decir”, algo nos quita un poco de paciencia. Esa cultura de la cancelación, no va más, no va nunca.
Sin embargo, cada vez que escuchamos a muchos hombres blancos de mediana edad decir lo que creen que ellos saben, es mucha más la impaciencia. El patriarcado muestra toda su fuerza y su imbatibilidad.
“El feminismo corre el peligro de pervertirse si opta por una línea fanática e intransigente de la que hay, por desgracia, muchas manifestaciones recientes, como la de querer revisar la tradición cultural y literaria, corrigiéndola de manera que se adapte al nuevo canon, es decir, censurándola. Y reemplazando el afán de justicia con el resentimiento y la frustración”, dijo Mario Vargas Llosa, queriendo entrar en una disputa actual, que además de muy compleja, equivale a establecer muchos parámetros que quizás él, por edad, ya no tenga tanto tiempo de verlas y estudiarlas.
Mientras tanto, durante la pasada III Bienal “Mario Vargas Llosa” en Guadalajara, Nicolás Melini, un escritor español, lanzó una furibunda crítica sobre el feminismo en la charla que moderó acerca de las fronteras invisibles, con Mónica Lavín, David Toscana y Rodrigo Blanco.
“Cuando una futbolista decide ganar igual que su colega varón está afectando al capitalismo, pone a la mujer por sobre el valor económico. El feminismo se está convirtiendo en capitalismo”, dijo Melini, mientras Mónica Lavín trataba de contestar que “la literatura borra las diferencias entre hombres y mujeres”.
Hablar del feminismo como una religión, hablar del feminismo como algo que me saca a mí de la jugada (cuando yo soy un escritor español que nadie me conoce pero debería ser conocido y recontraconocido como el mismísimo señor Mario Vargas Llosa), hablar del feminismo como una corriente de pensamiento que se iguala al cristianismo es también evidenciar un machismo a ultranza, desde donde yo digo lo que pienso, total no hay personas -¿qué decir?: ni mujeres hay- que me discutan en forma cabal.

El feminismo y el machismo son temas de los que se habla cuando hay posiciones que puedan defenderse, cuando no es patriarcado, es plantarse solo como un vociferador o como un hombre capaz de ganar una batalla.
Por supuesto, están las columnas y en ese sentido, el periodístico, el de la comunicación, es para expresar lo que pienso y en ese sentido Antonio Burgos, un periodista de España, tiene su propia voz en el periódico derechista ABC.
Allí publicó una nota que se llama “Mascarillas para las feas”, en la que, entre otras cosas ha dicho:
"Y yo añadiría una condición más para que se siga usando la mascarilla: las feas. No me digan que la mascarilla no ha favorecido a las señoras y a las chavalas feas como Picio".
"Hija, con esa boca, esa nariz y ese mentón tan feos que tienes, no deberías quitarte la mascarilla nunca, estás guapísima con ella".
"Así que ya lo saben. Si a pesar del pasemisí de la manga ancha con la mascarilla en el exterior, si ven a una señora en la calle con ella puesta, no sólo es que cumpla las precauciones debidas: es que ha comprendido que embozada, con esos ojos, está guapísima y sin la FFP2 es un horror de fea".
Este señor, que no es un Adonis, por supuesto, califica de feas a las mujeres, a los hombres por supuesto ni los menciona: son inmaculados y al mismo tiempo esboza una causa machista en todo su esplendor.

“En el siglo XIX se afianzó esta idea de la feminidad ligada a la belleza, la fragilidad y la delicadeza del cuerpo de las mujeres. Con esa mirada decimonónica, los historiadores y demás estudiosos recuperaron el ´pasado de la humanidad´ de manera eurocentrista y androcéntrica buscando en ese pasado, los valores estéticos predominantes en sus sociedades. Fue un momento en el desarrollo de la humanidad en la que la civilización occidental impuso, inexorablemente, modelos de belleza a las mujeres, de su tiempo y de otros tiempos, de su cultura y de otras culturas que permanecen hasta nuestros días. Por ejemplo, la reina egipcia Nefertiti quien fuera ´una mujer decidida y enérgica, cuya belleza era alabada´, ha sido considerada como la poseedora del ´perfil más bello de la historia´. Siempre estuvo obsesionada con su belleza, cuidándola continuamente con afeites y cremas que ella misa elaboraba. En el busto que se conserva de ella se advierte un auténtico ´cuello de cisne´, una nariz de ´rara armonía´ y una boca de labios carnosos perfectamente dibujados (Bravo, 1996). En la descripción de sus rasgos faciales se advierte la mirada eurocentrista de quien así ha catalogado a la reina egipcia, señalando cualidades que para los occidentales constituían sus referentes estéticos”, dice la pensadora Elsa Muñiz en su tratado Pensar el cuerpo de las mujeres: cuerpo, belleza y feminidad. Una necesaria mirada feminista.
“Alcanzar dichos estándares de belleza y transformar los cuerpos en ´cuerpos perfectos´ es en uno de los objetivos fundamentales de la existencia de los sujetos. Los márgenes de normalidad son tan estrechos que frente a la imagen corporal creada, aceptada y promovida desde los diversos discursos, los cuerpos anómalos aumentan. Ahora debemos luchar contra la obesidad y la gordura, mantener la piel firme, el rostro terso y sin arrugas, el cabello sin canas, las formas bien definidas, en fin, hay que corregir lo que no se encuentre acorde con el modelo. De ahí que las prácticas de la cirugía cosmética sean cada vez más comunes en todos los sectores sociales, ocasionando efectos de diversa índole, siendo los más significativos los relacionados con la autopercepción de los sujetos ya que las modificaciones corporales como la "corrección" de las facciones del rostro (nariz, pómulos, ojos, labios, barbilla), las alteraciones a la masa corporal (liposucción, implantes), tienen implicaciones en su definición identitaria y sus procesos de subjetivación. Se ha reconocido, por ejemplo, que las llamadas etnocirugías (Muñiz, 2010b) ocupan un primerísimo lugar para efectos de blanquear la piel, agrandar los ojos o modificar la ´nariz mestiza´ o la ‘nariz judía´”, agrega Muñiz.
“Algo que ODIO con toda mi alma, es que, por ejemplo, le enseñe a alguien una canción de Olivia Rodrigo y lo primero que me digan es ´Esta muy flaca´, ´de seguro es anoréxica´, ´ha de estar en una súper dieta´ o comentarios por el estilo. ¡Dios! No te estoy enseñando eso, te estoy enseñando su música, su talento, no si es lo suficientemente bonita para ti. Déjense de fijar en el físico antes que en las cualidades de uno. Es molesto”, decía una adolescente (Camila Gallo) el otro día en su muro de Facebook.
Me daban ganas de abrazarla, porque eso mismo me pasó a mí cuando elogiaba el trabajo de una cantante o de una pintora y eso seguramente les habrá pasado a todas: las mujeres tenemos que ser hermosas primero y luego talentosas. Y si eres linda, ni modo que tengas alguna habilidad para algo.
Ese pensamiento, que vive no sólo en los hombres (una vez leí un artículo que decía: las mujeres científicas, matemáticas, doctoras, cuando les sirves el café lo toman con sacarina y se miran todo el tiempo para ver si han engordado), rige nuestras vidas, al punto de que ni siquiera hace falta una columna tipo: “Las mascarillas para las feas”.
De ese pensamiento vienen los feminicidios, de ese pensamiento vienen los sueldos mal pagados a las mujeres, de ese pensamiento vienen los escritores, los políticos, los doctores: todo el esquema del patriarcado a su servicio.

Fotos: Alejandro Ortega Neri