Por Alejandro Ortega Neri
Con la copla “Todo demonio tiene una danza con la que hace bailar al miedo, también el maldito carnero que le dice a la mañana: Óscar es bueno, yo lo quiero”, el narrador, poeta, editor y artista plástico Óscar Édgar López celebra este 2021, 23 años de trabajo artístico o bien, como él señala, “en el relajo del arte”; un camino tortuoso sí, pero también lleno de dicha y felicidad en pequeñas dosis, como nos ha acostumbrado la vida.

Desde 1997, Óscar Édgar inició su recorrido en el arte cuando participó, apenas con 12 años de edad, en un concurso de caricatura política y tres años después, en 2000, apareció su primer cuaderno de poesía titulado Seis palabras para un mundo deshabitado, editado por el Instituto Zacatecano de Cultura (IZC). A este le siguió en 2005 Ella ama lo puerco que soy, su primer libro cuentos editado por Espacios Literarios, en el Estado de México, que tuvo muy buen recibimiento.
En 2006 vino su primera publicación “más formal” cuando el Fondo Editorial Tierra Adentro le editó Solo y sin bolsillos para meter las manos antes de llorar, libro de cuentos que lo llevó a varios estados del país aunque, a decir de Óscar, el libro no causó el mismo impacto que el anterior. En 2019 apareció en la editorial zacatecana Texere Editores Una gargantilla tierna es lo que amor digo que crece, las llanuras del sol, arroyos de leche, su último libro de cuentos, aunque a la par de su recorrido en las letras, nunca ha dejado de pintar, hacer grabado y mantener su interés por otras técnicas y disciplinas como fotografía, teatro, video, música y demás artes; todo, dice, por una curiosidad sincera.
Vestido con una playera estilo tank de la banda alemana de neoclasical metal, Haggard, Óscar Édgar López, “El chino” como le conocen muchos de sus amigos de la infancia, me recibió en su taller, editorial y galería Rey Chanate, lugar de reunión de amigos y conocidos, pero también puerta de impulso para las nuevas generaciones inquietas que, como a él, gustan andar en el relajo del arte.
Sabemos que dedicarse al arte en un país como este es un camino que se bifurca, que si bien puede ser muy agradable, por otro lado es también complicado por un sinfín de circunstancias. En estos 23 años, ¿cómo ha sido tu relación con el arte?
Ha sido tortuosa y también dichosa. Ha habido mucha dicha y alegría. Cuando yo empecé en esto, yo empecé jugando. Yo tenía un impulso muy natural, una curiosidad sana y pura que me hacía feliz, hacerlo como un niño, era como un juego: dibujar, hacer cosas con palabras, decir cosas de una manera chistosa. Yo escribía cosas a veces muy morbosas porque me gustaba eso, que se rieran, que se escandalizaran, eso me gustaba a mí, creo que no tanto escribir y componer, sino esas reacciones.
Vi que yo obtenía esa respuesta y empecé a hacerlo adrede y para ver hasta dónde podía provocar al otro. Así lo hice y apareció ese primer libro de poemas que me metió a un ambiente de adultos. Yo tenía 14 años y me metí a un ambiente de adultos raros y de adultos viciosos porque la bohemia siempre ha estado. De manera precoz me metí a ese mundillo culturoso. Pero ha sido muy difícil, ha sido muy tortuoso porque siempre ha estado el impedimento del dinero, siempre ha estado esa barrera y siempre ha habido una injusticia y una mala administración, pero eso nos pasa por la ideología, que es lo que más nos ha hecho daño, porque aquí en Zacatecas tú vas a la preparatoria y te enseñan Marxismo y eso, lejos de que esté bien o mal, lo que hace es plantarte una ideología que no se entiende muchas veces y se suele pensar que rico es malo, que dinero es malo y que pobre es bueno, honrado, chido.
Esa ideología nos ha hecho tanto daño que muchos se han creído que sólo hay esta idea de una versión de artista, el que es pobre, borracho, callejero, y no le hemos querido entrar a otras versiones del artista, el que es marca, que vende. Sí, yo sé que es un constructo capitalista, pero ¿qué no lo es? Yo lo que digo es que si el artista ha de adaptarse a su época y ha de hablar desde su época, nuestra época nos lleva a hablar de dinero y de la empresa.
Yo pasé por decir: yo mejor regalo, yo no quiero dinero, pero me mantenían mis padres. Y he regalado mucho mi trabajo y he tenido esta idea. A los 16 y 17 años me leí a Marx y Engels y no entendí una chingada, pero yo asumí esa pose del artista pobre, pueblo, socialista… a esta altura de mi vida, me doy cuenta de que es toda la cuestión discursiva, es el contenido de tu trabajo, pero tienes que mercarlo y estoy en ese punto.

Hay un lugar común que suele ser muy romántico, si se quiere, pero que en ciertos casos tiene algo de verdad, cuando dicen que el arte puede salvar la vida. Quizá no de la gente, pero sí del que crea. ¿Cómo ves tu relación con el arte? ¿Qué ha sido de Óscar Édgar en su relación con el arte?
Definitivamente sí. Sí soy algo es eso. Si soy algo, soy ese manchador de telas y este garabateador de hojas. Eso es lo que soy, y lector y bebedor. Eso es lo que he sido. Por supuesto que me ha dado un pretexto y un personaje, y me ha dado un motivo y me ha dado mi dosis de alegría suficiente para seguir vivo. En ese sentido, sí soy, como luego escribió Cioran, “un pesimista activo”; yo sé que todo vale madre, que nos vamos a ir a la chingada, pero mientras está uno aquí hay que hacer cosas. Los momentos de verdadera alegría en la vida son pocos y a mí me los ha dado todos el arte. No nada más escribiendo, aprendiendo, por ejemplo, a leer. Por supuesto que me ha salvado y que me ha construido.
Me llama la atención que en este camino en el arte, en gran parte de tu literatura y de las artes plásticas hay recurrencias a varias figuras, una de ellas es el Diablo. ¿Cómo te ha tratado el Diablo?
Desde que yo leí El paraíso perdido de John Milton me apasionó como personaje y me cayó rebien, al menos el diablo de John Milton, y estuve de su parte porque entiendes como que el diablo es “eso otro”. Los seres humanos tenemos una construcción de la realidad, tenemos una cultura y una construcción de la realidad y la verdad, pero lo que está ahí atrás, eso es la diferencia, y eso es el diablo. Yo no lo trato en este sentido religioso, yo trato al diablo como diría Octavio Paz, como la otra orilla: una orilla es la realidad en la que nos hemos puesto de acuerdo, en una verdad de las cosas, de la vida, pero el diablo es el que está en la otra orilla, es el que está atrás del pensamiento y la palabra.
También aparecen los desnudos, los cuerpos zoomorfizados, el porno…
En mi primer libro lo que quise hacer fue un juego surrealista. En los otros, me empezó a interesar el asunto de las posibilidades del cuerpo y el cuerpo como territorio, porque pienso que si algo somos, somos cuerpo.
¿Los perros y gatos?
No hay aberración más grande que esos pobres seres, de verdad. Schopenhauer andaba por toda la ciudad con su perrito y adoraba al perrito porque no le daba la lata, pero decía que no había nada más horrible que un dueño que va atrás de su perro levantando su mierda, no hay una humillación más hija de la chingada que esta. Porque el hombre, que se presta de ser superior al perro, le va recogiendo su mierda. Pero el perro y gato domésticos son una aberración porque los convertimos en objetos, los cosificamos, los volvimos cosas.
Los gatos son un poco más puros, pero también ya están muy humanizados, entonces lo que uno puede hacer es tratarlos bien y si se puede, adoptarlos. Me gusta el asunto de la mirada animal, porque en la mirada animal no está la conciencia del hombre, entonces el animal es una cosa que yo me invento, entonces en el animal también está el otro, el diablo, la libertad, el margen, el azar, y ese es el asunto, por eso siempre los represento.

También me llaman la atención los personajes de la música que incluyes, personajes malditos, monstruos como Chet Baker, aunque ahora veo a Javier Solís y Chelo Silva…
Siempre me ha gustado el mundo decadente. Siempre me ha llamado la atención del diablo en ese sentido que lo platicamos, como aquello que te lleva a probar la ambrosía de la vida, que no es la corrección, no es sólo la bondad, lo recto, lo peinado, sino que también, para conocer y probar la vida, hay que hacer cosas feas, atroces o verlas. Yo he querido probar esas cosas de la vida, malas, buenas o chafas y, pues, me apasiona la música y no le hago el feo a nada. Hay mucha razón en esto que dicen que no te vas a sentar a escuchar a Bad Bunny en tu casa, pero si vas a un club de reggaetón y hay una ninfa agitando los muslos no le vas a poner a Yngwie Malmsteen. De eso se trata, hay que entrarle, probar, no pasa nada.
Y Javier Solís es el señor de las sombras, es el último de los decantes del movimiento parnasianista europeo, español y que luego se pasa a México como modernismo y parnasianismo, cuyo exponente máximo en el grabado es Julio Ruelas. Javier Solís es decadente, poeta baudeleriano, diabólico, y me encanta. Yo todavía voy a las cantinas y pido de Javier Solís. Y Chelo Silva me encanta también, me parece un personaje infravalorado y que tiene una capacidad de interpretación en el bolero que es muy hermosa, tiene una tesitura de voz muy conmovedora, es una artista. Un verdadero artista es aquel o aquella que hace bien, pero sobre todo, que conmueve, y a mí me conmueve Chelo Silva.
La grabadora paró y la primera cerveza se abrió, porque para festejar este 23 aniversario había que hacerlo como se debe, con la bohemia a cuestas siempre acompañada de poesía, pues, para la ocasión, Rey Chanate reunió su trabajo en una antología poética de 2000 a 2020, bajo el nombre Este alacrán enroscado se llama corazón, otro título largo, para no variar, en el que se condensa todo el universo creativo de este artística multifacético zacatecano al que le ha gustado andar en el relajo del arte.

Fotos: Alejandro Ortega Neri