Por Jael Alvarado

Vi Nigth Stalker (Tiller Rusell, 2021, Netflix), una docuserie sobre la captura de Richard Ramírez, un asesino serial que aterrorizó a Los Ángeles a mediados de los ochenta. La estructura narrativa es una cronología estricta de los hechos, contada desde la perspectiva de la policía, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas. No se enfoca en la historia de Ramírez, sus traumas o su personalidad: observa sus crímenes como actos de una violencia incomprensible que dañaron a individuos, rompieron familias y alteraron la vida social.
Este tratamiento es inusual: por lo general se nos presenta a este tipo de criminales como sujetos inteligentes, escurridizos y seductores, lo que termina generando una suerte de culto a su alrededor. En esta serie, en cambio, hay una distancia que busca despertar empatía hacía las víctimas. Este enfoque narrativo, sin embargo, tiene un resultado austero, con puntos climáticos débiles.
Lo más sobresaliente de la serie sin duda es la fotografía. Los sujetos entrevistados son colocados bajo una luz hermosa, sensual y siniestra. Sus relatos se acompañan de panorámicas nocturnas de una ciudad interminable y de primerísimos planos de objetos y animales domésticos. El resultado es una construcción visual en la que confluyen lo íntimo y lo inmenso, lo familiar y lo inexpugnable, lo cotidiano y lo desconocido.

Otro acierto de la serie es presentar escasos pero significativos aspectos de la vida personal de los detectives Frank Salerno y Gil Carrillo, asomarnos a sus pensamientos más oscuros y conocer sus debilidades. También retrata las rivalidades entre las distintas corporaciones policiacas que estuvieron siguiendo el caso y presenta las tensiones entre el sistema judicial y los políticos locales.
Lo más criticable tal vez sea el uso excesivo de imágenes provenientes de los archivos policiacos: mostrar tanta sangre es, a mí parecer, innecesario. Si les gustó Mindhunter probablemente les guste esta serie: tienen la misma atmósfera opresiva y oscura.