Por Arlett Cancino

Fotos: Alejandro Ortega Neri
Son personas alegres, festejan el cumpleaños número 12 de Laurita, la más pequeña de la familia. Todos la animan para que abra sus regalos, la rodean; ya sólo queda por abrir el más grande y pesado, lo coloca en el suelo con mucho esfuerzo. De pronto, de entre la multitud alguien le grita: “¿Y qué vayan siendo libros, Laurita?”
Los mayores sueltan carcajadas y se oyen algunos otros comentarios burlones: “¿Libros?, ¡Ja ja ja!”, “Tu mamá te cumplió la amenaza de regalarte libros, Laurita”, “¿Libros para qué?”. Mientras la madre, con celular en la mano, se defiende ciertamente algo apenada: “¿Y qué tiene? Quiero que lea más”.
Laurita también arguye: “¡No, yo no pedí libros; no es justo!”, y sigue luchando contra el papel de regalo hasta que lo rasga. Aliviada, se da cuenta de que le han regalado una patineta eléctrica: grita y salta, sus primos la rodean, quieren saber cómo funciona el aparatejo. Todos están contentos.
La hermana de Laurita la ve divertirse con el juguete. Con un gesto de fastidio, acomoda su cabello y observa su perfecta manicura; ha abandonado la prepa, durante todo el año de pandemia engañó a sus padres fingiendo que tomaba sus clases en línea y quedándose con el dinero de las “inscripciones”. Ella fue quien cuestionó la función de los libros cuando Laurita abría su regalo.
Ya es costumbre decir que en México no se lee, aunque aquí podríamos matizar y señalar que no se leen libros, pero sí revistas, redes sociales o notas de espectáculos y de modas, hasta pregúntenle a la hermana de Laurita. A pesar de las maravillosas herramientas digitales con las que cuenta, la sociedad infantil y juvenil evidencia una baja aceptación de la lectura de libros, esta no es una actividad popular entre ellos, no la ven como una experiencia digna de disfrutarse y, muchos menos, de presumirse; una patineta eléctrica es mucho más ostentosa y envidiable.
¿Cómo le puedo pedir a una niña que se emocione con la idea de recibir un libro de regalo, si como adulto soy el primero en mofarme ante tal posibilidad y si como madre no tengo la certeza del valor de la lectura? Estoy segura de que escenas como la anterior se repiten constantemente y, a partir de ella, podemos establecer la opinión más común sobre la lectura. Leer se concibe como un castigo. Un libro no se considera un regalo estimable, pues no se identifica en él una función pragmática. Muchos se burlan de quienes leen o tienen la intención de hacerlo: si ven a una niña o a un niño ensimismado leyendo, casi siempre lo califican de diferente o establecen que está de ocioso.

Esta visión negativa sobre la lectura y los libros se sustenta en un desconocimiento total de su importancia y trascendencia para la construcción del ser humano que se debe, sobre todo, a una falta de acercamiento directo con la actividad de leer y una despreocupación de autoridades educativas por diversificar estrategias y métodos de enseñanza.
Específicamente se puede decir que en el entorno familiar no existe el hábito; aun si en la familia alguno de los padres es profesionista, es muy raro que haya libros y, mucho más, que se incentive la lectura como parte de las actividades familiares. Nadie defiende algo que no considera propio, parte de su configuración identitaria y/o familiar. Si los padres no muestran la importancia de la lectura en el seno de su familia, será imposible que niñas como Laurita se entusiasmen cuando reciben de regalo un libro.
Por otro lado, en las escuelas se busca que el alumno demuestre que sabe leer, se le obliga a hacerlo y se le evalúa, ya que las autoridades sólo están preocupadas por aumentar el número de libros leídos; no se estimula el placer de la lectura, la curiosidad y el deseo por saber. Los programas escolares son estandarizados, con fragmentos de las mismas obras por generaciones, toda la comunidad estudiantil lee lo mismo y no se toman en cuenta los intereses particulares del alumnado.
De tal manera que en las mentes jóvenes se genera la noción de la lectura como un castigo o una tarea aburrida que no se hace por gusto, sino por obligación. Por eso la hermana de Laurita jamás apreciará o reconocerá el valor de un libro, puesto que va en contra de su perfil rebelde.
Las tres mujeres protagonistas de esta historia: Laurita, su hermana y madre, ejemplifican tres de las visiones sobre este tema en México. La cumpleañera ve la lectura como un castigo, su hermana no comprende la utilidad de leer en su actual contexto y su madre, aunque reconoce su importancia y atisba que podría ser una buena estrategia para que su hija menor no deserte de los estudios, no sabe cómo promover la lectura en Laurita.
La anécdota inicial nos muestra que el cambio de actitud más urgente es el de los adultos, en particular, el de los padres, puesto que la primera educación del ser humano se da en el hogar; ahí es donde deben generarse los ambientes propicios para una experiencia grata con la lectura. Sólo en ese contexto se puede luchar con la visión utilitaria de la vida, en la que una patineta eléctrica es mejor que un libro.
