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“Mi cómplice”, Cardenales de Nuevo León

Por Citlaly Aguilar Sánchez

Siempre he estado en contra de la infidelidad. No por una cuestión moral, sino ética. Desde sus raíces etimológicas, la fidelidad remite a la lealtad y a la fe, y aunque la primera se enuncia como una cualidad de respetar la ley, la segunda remite a la confianza, la palabra dada y la promesa. Así que, ser infiel es romper con todo ello.


Como bien se sabe, la infidelidad en pareja es catalogada actualmente como una forma de violencia dado que implica engaño y manipulación hacia alguien que no ha sido consultado o hecho partícipe de que otras personas intervienen en la relación, ya sea sexual o sentimentalmente. No obstante, no me considero árbitro de nada ni nadie y siempre trato de mantener la honestidad literaria en todo lo que escribo, pero he de confesar que alguna vez tuve una relación con dos personas en la misma época y sin hacérselos saber.


“Pero, ¿cómo?”, se preguntarán. “Acaba de decir que está en contra de la infidelidad”. Explico. Hace varios años me encontraba en una relación con alguien que a partir de ahora conoceremos como Sujeto 1 y quien no quería un compromiso formal conmigo, sino sólo “pasar el rato”. Debí decir que no y alejarme porque yo quería lo opuesto, no obstante, el aburrimiento y la confusión de aquellos ayeres me llevaron a permanecer. Unos meses después conocí a quien llamaremos Sujeto 2, un tipo muy persistente en su intento por tener algo conmigo y con quien creí que había hallado un buen destino, sin embargo, una vez que terminé con Sujeto 1, Sujeto 2 confesó que en realidad sólo quería seguir “pasando el rato”.


En aquellos tiempos yo entendía eso de “pasar el rato” como una metáfora de perseverancia. Ingenuamente creía que con el tiempo se dejaba de pasar el rato y se obtenía estabilidad pero, precisamente a partir de esos dos sujetos, comprendí que más bien era un eufemismo de “en lo que conozco a otra persona”. Así que cuando Sujeto 1 volvió a aparecerse en el camino y a sugerir lo de pasar el rato, pensé en llevar a cabo un breve estudio: Dado que aún mantenía la relación con Sujeto 2, decidí estar con ambos y tratar de entender el mecanismo que hace interesante esta condición para muchos.

Foto: Alejandro Ortega Neri


El resultado no es lo interesante del asunto, sino el desarrollo. En mi caso resultó abrumador, cansado y vergonzoso. Más de una vez tuve que mentirle a ambos sobre lo que hacía en el momento y tratar, atropelladamente, de mantener la historia a lo largo de días. Más de una vez, después de ver a uno de ellos, me lanzaba nerviosa y agotada a ver al otro. No sé si realmente no sospechaban o notaban lo que sucedía; para mí era muy obvio porque mi capacidad de narrar ficción nunca ha sido buena, así que estaba lista para ser descubierta en cualquier momento.


Lo que me resultaba realmente extenuante era que, a pesar de que ninguno quería un compromiso ni nada parecido conmigo, ambos reclamaban mi tiempo, esfuerzo y atención todo el día, todos los días, tal vez por suspicacia o sólo como una manera de mantener el control y el poder sobre mí. El colmo fue cuando, motivada a llevar al extremo la situación, los presenté a ambos como amigos y, a su vez, ellos iniciaron una amistad, así que durante una temporada literalmente salíamos los tres a comer o tomar algo y, dado que ninguno quería hacer pública la relación que mantenía conmigo, no evidenciaban nuestra intimidad cuando estábamos juntos.

Una de esas ocasiones en que la amistad de ese bello trío estaba en su apogeo y mientras bebíamos en un bar de la ciudad, sonó de fondo “Mi cómplice” de los Cardenales de Nuevo León, canción incluida en el álbum “Compraron una cantina” de 1991, misma que muchas veces escuché en la casa paterna durante mi infancia sin prestar atención. Ese día la entoné a su salud con especial burla, un poco harta de esos dos que lejos de ser mis cómplices empezaban a parecer dos amos.


Ustedes pensarán que todo salió mal, que me descubrieron o que terminé por confesarles mi diablura. La verdad es que un día simplemente me cansé de los dos y dejé de frecuentarlos poco a poco. Que yo sepa, nunca supieron lo que ocurría en aquel entonces, de hecho, ellos mantienen la amistad y conmigo se comportan con cariño cuando los topo por ahí. El resultado de mi experimento sólo fue comprobar que, aunque realmente no estaba siendo desleal con ninguno dado que la relación con ambos era totalmente desprovista de confianza o promesas, ese tipo de circunstancias no son para mí, no me satisfacen y no me hacen sentir mejor ni superior a nadie. Descubrí que antes que nada soy fiel a mis principios y valores, y que eso me hace más feliz que engañar a alguien en el secreto de mi perversa mente.



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