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Mujeres que habitan entre líneas

Por Arlett Cancino

Hay días, la mayoría de las veces nublados y fríos, en los que uno se cuestiona las arrugas del rostro. La discusión empieza en un leve malestar que surge de un encuentro con alguien, de una canción con las frases correctas, de una imagen, de un olor; en fin, de cualquier cosa que despierte nuestra memoria aletargada con los somníferos cotidianos. Cuando eso sucede, de pronto te encuentras frente al espejo, no uno real, sino ése que proyectamos en nuestra cabeza para evocarnos a nosotros mismos en el pasado.


Dice por ahí un filósofo español que quienes somos no es más que un juego de interpretaciones propias y ajenas. La identidad de cada uno se caracteriza por la manera en la que construimos historias, en las que aparecemos como personajes de nuestras propias ficciones. A veces las narraciones que contamos no se parecen, o se parecen poco, a las historias de los otros en las que somos elementos secundarios de la trama. Pero todos formamos una red infinita de textos que contiene tanto nuestra versión como la de los demás.


En la versión de mi vida intervienen personas reales y personajes ficticios. Muchas veces los confundo. Me topo con gente que dice conocerme y que yo no recuerdo por ningún lado o me encuentro hablando de ciertos personajes que sólo conocen otros lectores. Sin embargo, en cualquiera de los dos casos, poco importa recordar a qué mundo pertenecen, porque, al final de cuentas, su historia se queda entre las líneas de la mía. Esto me pasa, sobre todo, con los inventados.

Así sucede que hoy recordé a Sofía Montalvo y Mariana León. Mujeres de las que me habló hace bastante tiempo Carmen Martín Gaite. Ellas son amigas de la juventud que se reencuentran veinte años después para sincerarse una con la otra a través de cartas. En su correspondencia ambas cuentan sus decisiones vitales y cómo estas las tienen insatisfechas. Cada una representa las contradicciones de la naturaleza femenina cuando se aceptan convencionalismos sociales para tener un lugar en el mundo, aunque esto implique negar rasgos más sinceros y genuinos de quienes son.


La escritura es el catalizador que lleva a las dos hacia un enfrentamiento con la imagen que ese espejo les refleja y con la cual no se sienten cómodas. La inicial relación epistolar se convierte en un ejercicio de interiorización, en el que las recurrencias al pasado son el tratamiento adecuado a la angustia existencial en la que viven. Dentro de sus cartas reflexionan sobre cómo la escritura las va sacando del hoyo y esto les permite estructurar una concepción diferente del mundo; sus cartas dan sentido a la madeja de relaciones mal llevadas en su vida.


Retomando lo que dice Larrosa, ese filósofo español, nuestra identidad se conforma por las experiencias que vivimos y por la narración que hacemos de ellas. Para encontrarnos a nosotros mismos podemos seguir tres caminos: uno recto, con una identidad claramente definida de quien sabe lo que quiere y necesita; uno sinuoso, en el que conocemos la vereda y los peligros que contiene, pero siempre estamos pensando en la meta sin saber que el camino guarda un misterio más valioso, y, finalmente, uno recibido al morder la manzana prohibida en el que sabemos que existe una sabiduría oculta en el transitar y que sólo se descubre cuando hacemos conciencia de las experiencias que suceden en ese camino. Este último es la mejor manera de adquirir una identidad genuina.


Experimentar y narrar; hacer consciencia de lo que vivo a través de la forma como lo verbalizo. Cuestionar quién soy con esas recurrencias al pasado, hace que me reconozca como personaje y perfile una identidad, a veces extraña y desconocida, pero mucho más sincera que la aparento a diario.

Esta vez, en esa recurrencia al pasado, me topé con Sofía y Mariana, de quienes guardo ya su propia experiencia y retomo los antídotos de la escritura y la subjetividad. Junto a ellas también se hallan otras: Emma Bovary, la señora Dalloway, Sherezada y Anna Karenina, por ejemplo. De alguna u otra manera, la historia que me han contado, la lectura de su existencia, me ayuda a analizar la propia; de cada una, también, e inconscientemente, conservo una pisca de sus inquietudes.


La literatura permite que en las líneas de mi narración habiten mujeres reales e inventadas, que todas ellas hagan resonancia en mis decisiones y, aunque a veces ande por caminos rectos y sinuosos, luego recuerdo que hay otro. El tercer rumbo es el trazado por Eva, quien escogió, más allá de la contemplación divina, la ruptura y la confrontación, ahora dos constantes de la identidad femenina.

Carmen Martín Gaite es una escritora española con una larga producción novelística en la que se hacen presentes las técnicas narrativas de Virginia Woolf y Marcel Proust, como el monólogo interior y el flujo de consciencia. Concibe la reflexión de las experiencias de vida como forma de salvación del ser humano y ve en la literatura una herramienta para ello; por eso en sus obras conversa con otros textos para la recreación de la trama y la construcción de sus personajes. Sofía y Mariana pertenecen al mundo de Nubosidad variable, novela epistolar publicada en 1992, que se caracteriza por su fragmentariedad. Esta obra posee múltiples rupturas de tiempo que el lector debe acomodar, a partir de la versión y las lecturas de cada personaje.


Jorge Larrosa es un filósofo español que en 1996 publica su libro La experiencia de la lectura en el que reflexiona sobre la literatura, la autointerpretación, la subjetividad y la experiencia como elementos imprescindibles de la identidad humana. En este texto conversa y reflexiona las ideas de María Zambrano, Nietzsche, Platón, Proust, Foucault, Heidegger, entre otros. También hace eco del pensamiento de Erich Fromm en El miedo a la libertad y de la hermenéutica de Paul Ricoeur. Este libro se distingue por un discurso sincero, en el que la sencillez de su lenguaje consigue un gran acercamiento con su lector.

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