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Muñeca rota que cose sus heridas

Por Arlett Cancino


Conocí a Oriette D’Angelo hace un año al inicio de la pandemia. La empatía con sus poemas fue instantánea. Había familiaridad en nuestro encuentro, sensaciones compartidas, el reconocimiento de animal herido frente a otro lastimado del mismo costado: el género con que nos identifican. Vagué silenciosa por sus versos, pero llena del grito agudo de quien se resiste bajo la mordaza; esa resistencia ahíta de vísceras emocionales que pugnan por salir de una u otra manera.


Oriette habla de sí en sus creaciones, de su particular condición femenina y habla también de la mía y de la de todas. Danzamos juntas en su poesía, ahí desde niñas, en la infancia y en la madurez de mujeres irresolutas.


y la niña loca no sabe

tener trece años

no sabe explotar la belleza

de sus ojos tamaño asteroide

sólo escribe y hace amigos

amigos que pronto serán su casa

su espasmo


[…]


Escribe poemas que no leerá.

Recorta cuadernos

para construirse un barranco.


Sabe que sus pechos crecen y con ellos su desgaste

sabe que todo está

destinado a morir

no tiene miedo de saltar.


Entonces descubrimos que para nosotras crecer es aquello tan lejos de quien somos, es siempre hacer lo correcto y lo correcto significa hacer lo que el otro pide; y el otro pide silencio, obediencia y recato, pide maternidad y siempre es un “no”, aún en estos tiempos:


Me dijeron que no

que no podía crecer así

siendo la muchacha mala de la historia

la que de ventana escogió mar

no juguete

tierra

y no pantalla


[…]


Tenía que crecer lejos

desde la seguridad de la memoria

siempre así

siempre desde lo correcto

mirando hacia el piso así

siempre buena

triste.


Mas Oriette es mujer irresoluta y la poética perplejidad de su asombro nos define y representa. La poeta no se apaga a pesar de la tristeza, continúan siendo, en su escritura, obstinación y desahogo. Ahí juntas dejamos constancia de lo que todos piden de nosotras y que nos negamos a cumplir. Testimonio en metáforas e imágenes de las aún existentes exigencias de ese comportamiento atávico que debemos portar, de los únicos dolores y lágrimas que hay que derramar, del único cuerpo que tenemos derecho a poseer.


Me piden que sea un cuerpo

religioso que saque tiempo para ir a misa y persignarme

cuerpo obediente que no cite al demonio en vano.


[…]


Que no critique a los amigos que piden que otras solo sean cuerpos.

Que los tolere.

Que los eduque.

Que les explique por qué duele

ser una mujer a su lado.


[…]


Me piden que mantenga feliz a mi marido.

Digo que ya no es mi marido.

Me piden que cuente en Facebook la razón de mi divorcio.

Quieren que salga con gente que conozca en Tinder,

con hombres y mujeres que conozca en Tinder,

no importa,

pero que busque rápido al sustituto de mis penas.

Todos quieren cosas de mí.


Hay que rendir cuentas a todos y de todo, de lo que hacemos y dejamos de hacer en la privacidad de nuestros pensamientos, sobre todo de aquello que no tiene el recato esperado, aunque la crítica y el juicio sí deban esperarse escondidos bajo una compresión fingida. Ahora una mujer triste no es digna de verse y menos si no es por el amor perdido; que se oculte detrás de los antidepresivos y que sólo hable cuando consiga la sonrisa de la sobredosis como ejemplo de su mal comportamiento.


La gente quiere

que no hable sobre estar deprimida,

que hable sobre estar deprimida,

que no diga en voz alta la palabra lorazepam o sobredosis

calladita mejor para que la muerte llegue lento.


Todos quieren que seamos sólo cuerpo, pero religioso y obediente; dispuesto a parir carne, pero no poesía, por eso niegan las palabras que engendramos solitarias en nuestro seno y vedan los motivos que las crearon. Todos voltean el rostro, aunque la inminencia del desastre sea evidente.


Quieren que este poema no exista.

Que la razón de este poema no exista.


Todos piden cosas de mí.


Y sin embargo

también escogen voltear el rostro

cada vez que se suicida un ángel.

Oriette D’Angelo es una joven poeta venezolana que se define a sí misma como una muñeca rota que intenta escribir, y esta idea de la mujer fracturada es un motivo recurrente en su poesía. Mas quienes nos topamos con sus poemas percibimos sus palabras como la navaja que rasga para evidenciar y, al mismo tiempo, como el hilo que cose las heridas.

Es autora del poemario Cardiopatías (2016), coordinadora de la antología Amanecimos sobre la palabra (2017). Ahora prepara su segundo poemario: A través del ruido / Through the Noise, que será publicado en una edición bilingüe. Sus poemas aparecen en diversas publicaciones en Venezuela, Argentina, México, España y Ecuador. Yo la encontré en la antología: Transgresoras. Un recorrido por la poética feminista latinoamericanay desde entonces sus poemas me reflejan; aquí acudo a “Trece años” y “Todos piden cosas de mí”.

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