Por Alejandro Ortega Neri

Foto: Andrés Sánchez
La noche del 24 de marzo de 2008 le pidieron al conductor que los llevara a una tienda. A esas horas el único negocio abierto era un OXXO cercano al hotel y al centro de la ciudad. De la camioneta sólo se bajó ella, la única mujer de los cuatro pasajeros. El copiloto, alto y robusto, esperó expectante mientras en el asiento trasero el jefe seguía inmutable y con la mitad del rostro cubierto por una bufanda. Era un gringo viejo y flaco que no emitió comentario alguno, sólo aguardó a que ella volviera con su encargo: pan y leche. Al día siguiente, ese hombre enjuto haría cimbrar la vieja ciudad.
Así imagino, como si fuera el inicio de una ficción, ese momento diminuto y ahora detenido en el tiempo de la visita de Bob Dylan a Zacatecas, un acontecimiento histórico en la vida cultural de la entidad que a 15 años de distancia sigue siendo imposible olvidar. La anécdota me la contó Armando Domínguez, el chofer que apenas había ingresado a trabajar al Instituto Zacatecano Cultura y a quien le tocó encargarse de los traslados del compositor durante su participación en el Festival Cultural 2008, aunque él no sabía quién era y seguramente eso fue suficiente para Dylan.
Fue el martes 25 de marzo de 2008 que frente a 15 mil personas, aproximadamente, Bob Dylan regaló una noche mágica a Zacatecas. El concierto se realizó en Plaza de Armas a donde las primeras almas dylanianas llegaron desde la madrugada, provenientes de entidades aledañas, algunos incluso desde el extranjero. No era para menos, ver a una figura de ese tamaño y de forma gratuita valía la pena aunque nada se sabía de su llegada porque todo lo que gira en torno suyo siempre es un misterio. Además, el fantasma de la cancelación sobrevoló llenando de sombras las ilusiones pues, horas antes, la banda italiana de rock progresivo, Le Orme, no se había presentado en ese mismo escenario.
“Desmiente Mayer cancelación de Bob Dylan en Zacatecas”, informó Notimex el 21 de marzo, haciendo referencia al empresario y cantante Sergio Mayer, encargado de la gira de Dylan en México. “Mayer, indicó que está todo listo para este concierto que se realiza en el marco de las actividades del Festival Cultural de Zacatecas, el cual concluirá el próximo 28 de marzo (…) El ex Garibaldi puntualizó que Dylan llegará a Zacatecas el domingo para ultimar detalles de su presentación en la plaza de Armas”, detallaba la agencia de noticias.
“Fuimos por él al aeropuerto pero no fui yo nada más. Le digo que traíamos dos Suburban y dos Express. Nomás fue directo del aeropuerto al hotel, al Quinta Real. Iba con el de seguridad y traía como una enfermera que era la que lo atendía. Él no hablaba. Él se subió atrás y no habló nada. El guarura era argentino y era el que andaba coordinando a todos”.
Así lo recuerda Armando Domínguez, quien ríe nervioso cuando le hago algunas preguntas informales porque la palabra “entrevista” parece que lo asustó. “Así se lo cuento, como una plática nada más eh, pos yo que le puedo decir”, contesta recargado en la camioneta en la que ahora traslada a la directora del Instituto, María de Jesús Muñoz Reyes, a quien espera en la Plaza de Santo Domingo. La charla se había acordado por WhatsApp y programado para tres días más tarde pero la casualidad y la suerte de reportero hizo que nos encontráramos ahí en la calle y con tiempo libre para recordar la visita de Dylan.
Me detalló que el equipo de avanzada los capacitó en un simulacro para los viajes al aeropuerto, cómo debían formar los vehículos y la velocidad que mantendrían. “Eso sí, eran muy estrictos”, dice antes de contarme que el cuerpo de seguridad de Dylan no dejó ni que Sergio Mayer se acercara, “lo hacían para un lado”. Cambiaron también la ruta habitual de los organizadores del festival para el traslado de los músicos al escenario. Con Dylan buscaron una vía alterna y solicitaron que el músico ingresara al escenario atravesando el edificio del periódico NTR, ubicado en una esquina de la Plaza de Armas.
“Llegó un día antes (24 de marzo), como en la tarde. Y ahí estuvimos (en el hotel), no se le ofreció nada como hasta las 10 de la noche. Salimos el guarura, la enfermera, el señor y yo. Dimos una vuelta nada más y ya de regreso me paré en el OXXO de servicio de 24 horas y ya, nomás, fue todo. Llegamos a comprar pan y leche. La que se bajó fue la enfermera, era americana. Se bajó, los llevé al hotel y como a las 11 y media o 12 me dijeron que me fuera y que me querían ver por la mañana”, recuerda Armando.
“En la mañana venimos, lo sacamos al escenario por atrás y ya de ahí otra vez al hotel, y hasta la tarde noche otra vez al escenario y de ahí al aeropuerto. Realmente yo no vi el concierto, yo me esperé ahí y en cuanto se terminó nos fuimos al avión. Él no habló nada, como que se cuidaba mucho, traía una bufanda desde que llegó hasta que se fue. Se subió y ya se acabó lo de Bob Dylan. Le digo, eso fue todo, no interactuamos. Aparte el maestro David Eduardo (director del Instituto de Cultura en ese momento) no permitía y estaba bien estricto con que nos acercáramos a tomar una foto. Me dijeron que era Bob Dylan, al último me dijeron que me tocaba esto y la mera verdad pos yo no lo conocía. La mera verdad pa´qué me doy como el que conoce mucha música de esa”.
Antes de despedirnos le digo a Armando que quizá fue él quien estuvo más cerca y más tiempo junto a Bob Dylan en Zacatecas… que cómo lo envidio. Se ríe y agita el mostacho: “Pos yo qué le puedo decir, no me puedo adornar y decirle que somos cuates”, remata. Nos damos la mano y se pone a mis órdenes por si quiero platicar de otros artistas, pues me presume que también ha paseado a Lila Downs y ella es muy amable.
“Vino acá y no fue a recoger el Premio Nobel”
Que Bob Dylan viniera a Zacatecas me pareció más un capítulo de Los Simpson que un episodio del Festival Cultural. ¿Cómo era posible que un cantante de ese tamaño se presentara en una ciudad en la que no pasaba nada, salvo peregrinaciones? Poca gente lo creía y la incredulidad sigue persistiendo 15 años después. Parece un sueño, un pasaje imaginario, una historia inventada pero sucedió. Para entenderlo un poco tuve que recurrir a la crónica que escribió Sam Shepard durante el Rolling Thunder Revue, la gira por 22 ciudades del noreste de Estados Unidos que Bob Dylan emprendió en 1975 y en la que improvisó conciertos y tocó en pequeños escenarios. Así es Dylan, y Zacatecas tenía, entonces, todas las posibilidades de ser su escenario.

Me habían dicho que la ex gobernadora y ahora diputada federal Amalia García Medina daría una conferencia en la Unidad Académica de Economía de la Universidad Autónoma de Zacatecas, al mediodía del pasado 6 de marzo, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Acudí al auditorio para abordarla y preguntarle por la visita del autor de “Like a Rolling Stone” a Zacatecas, pues el concierto fue justo en el cuarto año de su mandato cuando el Festival Cultural tuvo una proyección sin precedentes debido a la calidad de los músicos que lo engalanaron.
“Yo pertenezco a una generación que se desarrolló en su juventud con las canciones de Bob Dylan, que en realidad es un gran poeta y se convirtió en un icono para mi generación y para mí también. En una ocasión, conversando con David Eduardo y otras personas, dijeron ´¿Y por qué no Bob Dylan?´ Y dijimos el dicho ese de ´no hay peor lucha que la que no se hace, vamos a intentarlo´. Entonces empezamos a ver con quién podíamos ponernos en contacto tomando en consideración que, tal vez, él nunca había oído hablar de Zacatecas, que no sabía cómo eran nuestros festivales, que no teníamos grandes recursos porque el presupuesto del Festival Cultural era un buen presupuesto para la calidad de las personalidades que venían pero era limitado, pequeño, insuficiente como pensábamos para Bob Dylan”, me dice la ex gobernadora en medio de un auditorio que comenzaba a vaciarse.
“Hicimos milagros con el presupuesto para cultura pero yo siempre, cada año, hacia todo lo que estaba a mi alcance para que hubiera un buen presupuesto, convencida de que las actividades culturales fortalecen el tejido social y hacen comunidad pero también había derrama económica y mi intención era hacer de Zacatecas un referente por la calidad de su cultura. Era una inversión en tejido social, en fortalecimiento de la comunidad pero también derrama económica para la gente en toda la zona metropolitana”.
García Medina afirma que a Dylan se le mandaron fotos del festival y de Plaza de Armas, y cree que con tanta gente que le habló de Zacatecas él se entusiasmó y finalmente se logró la visita. “Además, tomó la decisión de llegar, no para el día del concierto, sino antes. Llegó con toda discreción, con toda humildad, nadie lo reconocía en la calle. Él pidió hacer algo de ejercicio en un gimnasio, estuvo recorriendo las calles, fue a hacer ejercicio a un gimnasio de box y nadie sabía que él era Bob Dylan”.
Sin embargo, la visita al gimnasio de box a la que hace referencia Amalia García Medina no fue en Zacatecas sino en la Ciudad de México, precisamente en el barrio de Tepito, donde Dylan conoció el gimnasio “Nuevo Jordán” y se puso a boxear en el ring además de comprar souvenirs boxísticos. En el lugar nadie lo conocía e imagino que fue el momento perfecto para él, pasar desapercibido y dedicarse a una de sus pasiones, el boxeo. La anécdota la contó Sergio Mayer al periódico El Universal diez años después, en 2018. En Zacatecas sólo salió a pasear por la noche y a comprar pan y leche.
“Nos habían dicho que no era una personalidad fácil y la verdad que fue espléndido. Lo único que él quería, mientras era el concierto, era pasar desapercibido, mezclarse con la gente y eso a mí me pareció maravilloso”, continúa la ex gobernadora, quien contó, además, que su plática con él fue muy breve, pues tomó la decisión de no abrumarlo y dejar que se sintiera libre.
Del concierto, Amalia García recuerda la emoción de la gente pero, más que eso, la “devoción” e incluso “veneración” de los asistentes hacia Dylan. Le conmovió, además, que el público no fuera sólo de su generación, sino que también hubiera muchos jóvenes que acamparon desde una noche antes. “Es un momento inolvidable”.
Recuerda cómo, ocho años después, en 2016, se emocionó al enterarse de que el Premio Nobel de Literatura se le otorgó a Dylan. “Me emocioné muchísimo y tengo los recortes de periódico. Vino acá y no fue a recoger el Premio Nobel. Que haya venido a Zacatecas, que seguramente ni ubicaba el nombre en el mapa, eso genera una mayor satisfacción y una alegría”.
Un antes y un después en la historia cultural de Zacatecas
“Son 15 años ya de esta extraordinaria cita en la historia moderna de Zacatecas por el hecho de que el mayor compositor y artista de todos los tiempos estuviera en Zacatecas un 25 de marzo de aquel inolvidable 2008. Es un antes y un después en la historia cultural de Zacatecas y, además, un punto de inflexión en la cultura artística de México porque el resto del país se vio sorprendido de que Bob Dylan aceptara una invitación que se le formuló para venir a un festival cultural que estaba, en ese momento, quizás en su mayor apogeo y que había alcanzado un reconocimiento importante porque había alcanzado ya una madurez indiscutible en el plano nacional. Entonces fue una jornada histórica y creo que coincidieron algunas cosas que deben estar presentes para que una ciudad como la nuestra llamara la atención de un personaje como Bob Dylan”.
Es lo primero que me dice David Eduardo Rivera Salinas, ex director del Instituto Zacatecano de Cultura, cuando le recuerdo la fecha. Nos encontramos en una silenciosa sala de maestros en el edificio de Docencia Superior, posgrado en el que el ex funcionario se desempeña como docente-investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas. A él le cuestiono también sobre el origen de la visita de Dylan a Zacatecas, sabedor de que estuvo más cerca del proceso que la ex gobernadora.
El concierto en Zacatecas quedó registrado ya en el Never Ending Tour que Bob Dylan comenzó a finales de la década de 1980, y en 2008, recuerda Rivera Salinas, los grandes empresarios tenían los ojos puestos en la entidad debido al renombre que había alcanzado el festival, tanto que el Instituto Zacatecano de Cultura pasó de ser el que tocaba las puertas a recibir las ofertas. Así pasó con Bob Dylan, dice.
“Hubo acercamiento de empresarios internacionales para anunciarnos que Bob Dylan estaba girando y estaba intensificando sus conciertos en los primeros meses y coincidía. Se le planteó la posibilidad de visitar México y él, al ver el panorama del país, ver fechas de festivales, las características de las ciudades, él fue el que señaló que podía venir a una ciudad como esta. Al menos, esa es la información que recibimos nosotros de primera mano de su equipo”.
“Lo comentamos entre equipo directivo técnico. Se lo planteamos de inmediato a la gobernadora Amalia García, mujer extraordinariamente sensible, y no hubo necesidad de informarle el valor de este acontecimiento e inmediatamente dijo ´por supuesto: haga todo el esfuerzo´, y así es como llegó Dylan a Zacatecas ese día”.

En términos presupuestales, detalla el ex funcionario, no representó ningún recurso extraordinario, pues se partía de dinero asignado para la realización de dicho festival debidamente aprobado por las instancias responsables de ello. Todo se destinaba a un programa multidisciplinario de calidad y, por supuesto, una de las partidas principales era para los conciertos en Plaza de Armas. El concierto de Dylan, recalca, no representó un gasto extraordinario porque hicieron una distribución bien pensada y bien ejecutada. “No fue un concierto oneroso, no ha sido el de mayor costo para el Instituto Zacatecano de Cultura en el Festival Cultural, así que pudimos realizarlo sin mayores problemas”.
Si bien de acuerdo con el ex funcionario no hubo malabares presupuestales, la visita de Dylan sí significó un reto enorme en términos logísticos, reconoce. La primera exigencia fue con el backline tan impresionante que pedían y que, por fortuna, se fue complementando sin falla y aprobando por parte del equipo de avanzada del músico. La otra gran exigencia fue el traslado, para lo cual se pidió respeto en cuanto a las definiciones de su equipo de seguridad.
“Me preguntaba la prensa nacional que les diera detalles y no me creían cuando les decía ´es que no lo sabemos en concreto´ porque así lo acordamos. Sabíamos que no se quedaría en Zacatecas a dormir, que su traslado aéreo privado lo traería y lo regresaría esa misma noche, de modo que nuestro compromiso básicamente estuvo dirigido hacia garantizar eso: la llegada, el traslado, su incorporación a los escenarios y, por supuesto, su salida cuando concluyó el concierto, y eso hicimos”. No obstante, de acuerdo con Armando, sí llegó antes y durmió una noche en el hotel Quinta Real.
Un pasaje conocido de la visita es que Bob Dylan ingresó al escenario de Plaza de Armas por el edificio del medio de comunicación NTR, algo que resultaba en cierto sentido irónico ya que era el periódico que más cuestionaba al gobierno amalista. Al respecto, Rivera Salinas platica: “Todo se concretó en una gestión personal que tuvimos que hacer en ese momento el secretario general de Gobierno y me tocó a mí acompañarlo. Hablamos con el director del medio que es un gran amigo nuestro y, a pesar de esas diferencias en términos editoriales, él aceptó sin mayor problema y fue una solución extraordinaria porque ese edificio nos permitió recibirlo por atrás, incorporarlo al estacionamiento, pasarlo por un par de oficinas y de inmediato a la Plaza de Armas”. Trabajadores del periódico en ese momento recuerdan que se les pidió cerrar las puertas y no salir al pasillo por donde atravesaría el cantante; un periódico paró por orden de Bob Dylan.
“Pasamos al segundo momento que era la realización del concierto y que fuese en los mejores términos como sucedió por fortuna. La tercera parte fue la despedida, que en verdad se convirtió en otro reto logístico porque no sabíamos qué decisión tomaría. Un norteamericano robusto se comunicó con la gobernadora y le pidió que se trasladara al edificio por donde él saldría. Unos minutos antes de terminar, me localizó a mí también y nos dirigimos hacia allá para esperarlo a petición de él. Terminó el concierto, tú recordarás que él y la banda se plantaron en frente del escenario, se despiden sin mayores sonrisas ni protocolos, muy en su papel, y cuando se retira la gobernadora lo recibe en ese edificio. Hay un intercambio de comentarios, de felicitaciones. Por fin, quienes estuvimos junto a él, lo vimos esbozar una sonrisa satisfactoria al preguntarle a la gobernadora si le había gustado el concierto en un inglés muy ronco, muy directo. Nos saludó a los demás e intercambiaron un par de regalos.”
“En lo personal, yo conservo uno muy especial que está en casa, que tiene un valor incalculable porque me entregó una copia de su película No direction home que todavía conservo sin abrir. Y recuerdo que la gobernadora Amalia le obsequió un sarape de los que hacen nuestros artistas del textil en Guadalupe, cosa que le gustó mucho. Lo tomó, lo agradeció, el clásico abrazo con ella y se despidió, y así como vino, se fue, pero dejó marcado ese hito en la historia al que yo me refiero que es irrepetible. Nunca va a suceder jamás algo así en Zacatecas. Podrán venir otros momentos históricos, relevantes, cosa que no ha sucedido todavía desde aquel marzo de 2008 pero la fecha va a quedar en la historia de nuestra ciudad y, por supuesto, en el imaginario musical del mundo como un lugar que pudo pisar un personaje al que ya la historia lo ha absuelto desde hace muchísimo tiempo”.
Todas las fotos son iguales
Escuché por primera vez a Bob Dylan medio año antes del concierto. Vagando por las laberínticas calles del barrio de Tepito encontré un puesto de CDs piratas en el que cada pieza costaba 10 pesos; si uno compraba más de seis, el precio disminuía a 7 pesos. Aproveché la oferta y entre los escogidos iba un álbum doble con lo esencial del nacido en Duluth, Minnesota. Al llegar a casa me preparé para una sesión maratónica de música y desde que puse a Dylan sentí cómo su voz y las letras de sus canciones comenzaron a perforarme las venas y vagar por todo mi organismo. La música no se escucha sólo con el oído sino con todo el cuerpo, y las canciones folk, como dice el mismo Dylan en sus memorias, tienen más de mil caras; todo depende de quién las toque y quién las escuche. Fue una sacudida.
Ese martes 25 de marzo de 2008 tiene un sabor agridulce en mi memoria. Tenía un par de meses como fotógrafo de un periódico local en el que la directora osaba firmarle mis fotos a su esposo ecuatoriano para acreditar que trabajaba. Había comenzado el festival y me proporcionaron una cámara Pentax compacta, de poca calidad en la imagen. “Con esta no puedo fotografiar a Dylan”, pensé cuando anunciaron que vendría. No contaba con que no permitirían la presencia de muchos fotógrafos en el concierto.
Libre del trabajo, me asomé a la Plaza de Armas. Desde las primeras horas de la mañana había realizado fotografías de los fans formados, de la fila que crecía al mismo tiempo que las ansias de entrar a la plancha y disfrutar de un pedazo del cielo. La formación avanzaba rápido y sin mucho esfuerzo, logré entrar para ubicar a mi hermana en una de las gradas más cercanas al escenario. Ahí esperamos el milagro aunque en la entrada se me ordenó no sacar mi cámara de la mochila so pena de que la seguridad del concierto me expulsaría.
En días recientes platiqué con dos fotógrafos que lograron imágenes de ese día histórico. Lo más curioso es que a uno de ellos fue invitado a cubrir el evento cuando pasaba por ahí y el otro se coló en una camioneta de Protección Civil desde donde fotografió con cuidado de no ser visto. “No podía haber reporteros gráficos ni mucho menos reporteros para prensa escrita en el escenario; estarían en un mismo lugar durante los primeros minutos del concierto y luego fueron invitados a pasar entre el público”, recordó David Eduardo Rivera Salinas.
“A mí ni me habían mandado, iba a entrar el Ernesto. Yo andaba ahí pendejeando y Priapo (Federico Priapo Chew Araiza, responsable de Comunicación Social del Instituto Zacatecano de Cultura en ese entonces) me dijo: ´pásale güey´. Desde la pinche grada del frente, en un rinconcito nos pusieron. Estaba Priapo y otro güey de seguridad”. Las fotos están todas iguales, me dice Andrés Sánchez en torno a una mesa de un café en el Centro Histórico de Zacatecas. A su lado, Édgar Robledo, mejor conocido en el gremio como Gary, recuerda su hazaña colándose en una camioneta de Protección Civil ubicada al lado izquierdo del escenario. “Sí agarré sombrero, piano, pero pinche cara, así todo el tiempo (agacha el rostro). No levantó la cara. Me voy a dar a la tarea de buscar esas fotos pero para mí todas son la misma”.

Foto: Andrés Sánchez
¡Amalia, paga otra hora!
En torno al concierto de Dylan en Zacatecas hay un sinfín de historias y anécdotas imborrables. La visita del autor de “Just Like a Woman” al terruño, como dice Rivera Salinas, marcó un antes y un después y, por supuesto, quienes estuvieron presentes ese día histórico difícilmente olvidan lo vivido. En una mesa del Ummagumma, un bar de música en vivo sobre la avenida Carranza en el centro de Aguascalientes, el escritor y editor Jonatan Frías recuerda ese día y me presume, entre el sonido espantoso de una banda de punk, que fue el primero en entrar a Plaza de Armas.
La anécdota se disolvió esa noche hasta que hace días la confirmó por WhatsApp: “En Aguascalientes estábamos varios amigos y yo organizándonos para ir. Todos se querían ir desde la madrugada y yo les dije que sabíamos que iba a haber una fila enorme. Yo no quería, me resistía. Entonces todos mis amigos se fueron y yo me quedé todavía un rato, me fui hasta el otro día muy temprano. Llegué con otros amigos de Guadalupe y ahí nos quedamos desayunando. Se hizo comida, peda y llegó la hora. Recuerdo que las puertas se iban a abrir alrededor de las 6 de la tarde e iba llegando la hora cuando me acerqué a la plaza y, en efecto, la pinche fila iba a dar hasta Aguascalientes y yo lo que hice, mañosamente, fue ir recorriendo toda la fila para ver a qué amigos me encontraba. Seguía avanzando puesto que sabía que un poco más adelante había otros y así hasta prácticamente llegar a la puerta unos minutos antes de que abrieran. Resulta que la gente que estaba de seguridad era conocida, me abrieron la puerta y me permitieron entrar solo. Fui el primero en entrar a la plaza y ahí estuve pegado a la reja viendo al maestro Bob Dylan”.
¿Recuerdas algo en particular del concierto, además de lo chingón que ya era estar ahí?, le pregunto a Jonatan, y me dice: “El pinche viejito que gritaba ´¡Amalia, paga otra hora!´. No la pagó… ”. A esta anécdota suman muchas más. Una amiga se aguantó de orinar durante todo el concierto y al final no recuerda dónde lo hizo. Otro amigo se lo perdió porque justo en esos días lo anexaron. El jefe de edición de uno de los periódicos más importantes de la entidad se enfermó esa mañana y no asistió a trabajar. También flota desde ese día el rumor de que Dylan le negó una foto a la gobernadora pero la que más me impacta es esa de que un poeta local, venerador del cantante, decidió no asistir al concierto porque se sintió incapaz de “voltear a ver a Dios a los ojos”.

Foto: Andrés Sánchez
El concierto
Las imágenes de Andrés Sánchez despejan mi memoria; bendito poder de la fotografía. Esa noche del 25 de marzo el clima fresco de Zacatecas se hizo presente cuando a las 8:30 de la noche las luces del escenario se apagaron y así, sin más, se anunció la presencia del señor Bob Dylan acompañado por The Band, un grupo de músicos que se sumó al performance de ese personaje que se creó Robert Allen Zimmerman. Juntos sonaron virtuosos creando cada uno las notas gloriosas de las canciones que Dylan ha regalado al mundo y en esa ocasión a Zacatecas que fue testigo y escucha de 17 tracks de lo imprescindible en la obra del hoy Premio Nobel de Literatura.
Todos salieron al escenario vestidos de negro pero Dylan, como necesitara distinguirse, lució un guiño rojo en el cuello y un sombrero blanco, impecable y elegante. Pronto comenzó a sonar “Rainy Day Women #12 & 35” con esa introducción que parece marcha de circo y que se rompió con la voz ronca del maestro que arrastraba las palabras mientras rasgaba su guitarra con esas manos de cuero lechosas, curtidas, antiguas, demoníacas, no humanas que casi dan miedo, como las describió Sam Shepard.
No era un sueño, Dylan estaba en Zacatecas y, según dicen quienes lo habían seguido en su gira por México en los conciertos de Guadalajara y la capital del país, aquí se le veía relativamente contento conforme avanzaba el concierto. El mismo Dylan ha dicho que sobre el escenario es el único momento en el que se siente solo, protegido y libre, y así fue: emanó magia. Sonaron inmediatamente después del arranque “It Ain’t Me, Babe” -una de las canciones que más me tocó cuando la escuché en aquel disco de 10 pesos comprado en Tepito-, “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, “Just Like a Woman”, “Highway 61 Revisited”, entre otras.
Hubo dos momentos que fueron sumamente especiales para mí, pues aún sin ser del todo un experto en la obra de Dylan –me imagino que serlo llevaría un buen tiempo- me estremecieron y dotaron de conciencia sobre el momento histórico que estaba viviendo. El primero fue cuando sonó “Like a Rolling Stone” en una versión un poco diferente y casi platicada; el segundo, el gran cierre con “Forever Young” que, por la reacción del público, fue el momento más sublime del concierto para todos; un himno dylaniano para llorar a lágrima viva, para abrazar al desconocido de al lado, para agradecer a los dioses de la música y la poesía, para sentirse vivo y joven por siempre.
En la página oficial de Dylan aún se encuentra el Set List de aquella noche memorable. Sonaron una tras otra y sin intercambio con el público de manera verbal aunque sí musical “Rainy Day Women #12 & 35”, “It Ain’t Me, Babe”, “I’ll Be Your Baby Tonight”, “Masters of War”, “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, “Spirit on the Water”, “John Brown”, “Just Like a Woman”, “Highway 61 Revisited”, “When the Deal Goes Down”, “This Wheel’s On Fire”, “Most Likely You Go Your Way (and I’ll Go Mine)”, “Summer Days”, “Like a Rolling Stone”, “Thunder on the Mountain”, “All Along the Watchtower” y “Forever Young”.
“Todo de lujo pero el muy cabrón se pasó por el arco del triunfo los gritos desaforados de los más rucos, incluido yo, que clamábamos que cantara “La respuesta está en el viento” (Blowin´in the wind). Le valimos madre y no complació al respetable ruquerío”, me dice el periodista Ángel Amador. Ya ves cómo es, un personajazo, le contestó. “Un cabronazo”, revira. Y pienso otra vez en cómo lo describió Sam Shepard: “Dylan es un invento de su propia mente. La cuestión no es explicárselo, sino asimilarlo. De todos modos, él se mete en ti, así que, ¿por qué no incorporarlo simplemente? No es el primero que se ha inventado a sí mismo pero sí es el primero que se ha inventado a Dylan. Nadie lo inventó antes que él. Ni después”.
Siempre será un misterio sin resolver, sí, pero ese misterio fue de nosotros esa noche de marzo de 2008 cuando tocamos juntos las puertas del cielo.

Foto: Flickr