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Para no olvidar: los rostros anónimos de la guerra

Por Jonatan Frías


Para ustedes el fin justifica los medios,

y los medios que emplean son despiadados.

Yo no soy ningún dialéctico

y usted no está asistiendo a ningún milagro.


Vida y Destino

Vasili Grossman


La literatura es testimonio, es memoria viva. Es el registro de nuestro paso por el tiempo. Soy hombre, duro poco y es enorme la noche. Por eso son tan importantes nuestras acciones. Porque antes de que lo sepamos vamos a desaparecer. Dejaremos de existir y sólo quedará de nosotros lo que se haya dicho: somos palabras. ¿Qué hazaña de Napoleón podría compararse en esplendor o en permanencia con “Guerra y Paz”, los “Episodios nacionales”, “La cartuja de Parma” o “Los desastres de la guerra”, obras que paradójicamente surgieron de la existencia misma de aquel impulso épico? se pregunta Sergio Pitol en El arte de la fuga.


La literatura comenzó con un canto de guerra y las obras de los hombres se han alimentado de ese canto, de ese impulso, de esa sed de inmortalidad, desde entonces. Aquiles lo sabía: si iba a Troya no regresaría con vida, pero entraría en el valle de las sombras al frente de una estampida tumultuosa. Todos los muertos sabrían que era el de los pies ligeros el que llegaba. También lo sabía Alejandro, que dormía cada noche con un ejemplar de La Iliada y una daga bajo la almohada, soñando con entrar también en el valle de las sombras, sobre el lomo de elefantes.

Durante siglos la guerra ha seducido el espíritu de los hombres, porque les promete la gloria y les asegura la memoria. Pero no son sólo los hechos, las hazañas, las gestas, los arrebatos heroicos, lo que les asegura la gloria. Son las palabras. En ese sentido Homero y Herodoto son tan importantes como Aquiles y Leonidas, para la historia. Sin ellos las conquistas de los otros habrían desaparecido. Se habrían perdido en la selva de la noche como el vago recuerdo del humo. Los gritos, las lágrimas, el miedo, todo habría sido en vano.


Por eso son tan importantes la Literatura y la Historia, porque por ellas es que sabemos qué pasó, a quienes les pasó y cuándo. Por ellas podemos recordar. La Literatura y la Historia son memoria viva: el presente es perpetuo por la palabra escrita.


Pero los actos temerarios implican grandes sacrificios y esos sacrificios siempre los hacen los hombres, no los héroes. Esos hombres y esas mujeres anónimas que dan la vida y que su sufrimiento pocas veces queda registrado. Pocos son los hombres que saben caminar a la muerte con dignidad, y muchas veces no aquellos de quienes lo esperaríamos. Pocos son los que saben callar y respetar el silencio ajeno, nos recuerda Primo Levi en Esto es un hombre.


Lev Tolstoi, Erich Maria Remarque, Ernest Hemingway, Vasili Grossman, son sólo algunos de los hombres que nos han recordado el valor y el dolor de esos anónimos que murieron en batalla. Guerra y Paz, Sin novedad en el frente, Adiós a las armas y Vida y destino son libros que celebran la vida en los tiempos más oscuros: que le dan voz a quienes ya no la tienen. Hombres y mujeres que provienen de todos los estratos: campesinos, ingenieras, médicos, arquitectas, carpinteros, maestras, obreros, enfermeras, todos reunidos al calor de un mismo fuego y de una misma hambre, como la que padecen los personajes de Sin novedad en el frente cuando tienen que disputarse con las ratas un pedazo de comida, o como los personajes de Vida y destino, que, acorralados en una casa asediada por el fuego alemán, beben agua infestada de la sangre de sus camaradas para no morir de sed.

Vasili Grossman en Stalingrado


La Guerra es heroica en la Literatura y en la Historia, sí, y es por eso que la Literatura y la Historia deben recordar que ese heroísmo se construye sobre el sufrimiento de las y de los muchos. Fueron las incomodidades, los golpes, el frío, la sed, lo que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y después. Noel deseo de vivir, ni una resignación consciente: porque son pocos los hombres capaces de ello y nosotros no éramos sino una muestra de la humanidad más común, recuerda Levi.


Hemingway y Remarque lo vieron en la Gran Guerra, y sin importar que hayan estado en frentes distintos, en bandos distintos, ambos sufrieron el mismo dolor de las trincheras. Primo Levi, Marc Bloch, Erich Fromm, los tres estuvieron presos en Auschwitz, los tres sobrevivieron, pero ninguno se recuperó del todo. Vasili Grossman lo vivió como reportero de guerra en Stalingrado y caminó codo a codo con el ejército rojo hasta Treblinka para poder decirle al mundo lo que ahí sucedió, como también lo hizo su compatriota Alexander Solyenitsin con Archipielago gulag, que contaba los terrores en Rusia. Todos ellos, cada uno desde sus trincheras, nos legaron testimonios de amor, de ética, de lealtad; paradójicamente los mismos valores y las mismas emociones que inspiraron los dolores y las batallas que les arrebataron todo.


Soy joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una existencia llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor. Veo que los pueblos son lanzados los unos contra los otros, y se matan sin chistar, sin saber nada, locamente, dócilmente, inocentemente, dice Paul, en Sin novedad en el frente. Cuando partimos hacia el frente somos soldados malhumorados o alegres; cuando llegamos al sector donde empieza el frente, nos hemos convertido ya en bestias humanas.


Es en estos momentos cuando debemos recordar que quienes están ahí, en medio de la guerra, del miedo y del frío y que están dando la vida sin cuestionarse absolutamente nada, son hombres y mujeres con historia, con amores infinitos, con pasiones desbordadas, con sueños desdichados, con un pasado y, esperemos, con un futuro.

Foto: Ministerio de Defensa de Ucrania (2016)

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