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Presagio, final abierto

Por Jael Alvarado Jáquez

Fotos: Arazú Tinajero

Planteamiento

En algún lugar del corazón geográfico de México hay un pueblo con una configuración peculiar. Se llama Vetagrande. Es un conjunto de casas construidas por ventura, desperdigadas por un lomerío, conectadas por una trama irregular de callecitas de trazo impredecible. Dominándolo todo, en una loma más alta, se alza un templo, solitario como una mano blanca que apunta al cielo, cuya visión genera una sensación a la vez fascinante y ominosa.


Flasback. Dos personajes. Los dos son extranjeros avecindados en México: uno es español y el otro colombiano. Uno es un actor que quería ser escritor, pero terminó siendo director de cine. El otro es un periodista que quería ser director de cine, pero termina siendo escritor. Ambos se desenvuelven bien en sus oficios inesperados, como si sus vidas fueran empujadas por un poder superior a su voluntad y su fuerza. Ellos, Luis Alcoriza y Gabriel García Márquez se encuentran, entablan amistad, trabajan juntos, desarrollan historias. Una de ellas habla sobre la fatalidad y cómo la sugestión se apodera de una comunidad hasta acabar con ella. La historia se queda en el cajón por muchos años hasta que el Alcoriza decide llevarla a la pantalla.


Presente. Alejandro Ortega Neri, historiador, fotógrafo y periodista, escribe un libro sobre los avatares del rodaje de Presagio mediante un relato conciso, fruto de una investigación minuciosa, que repele los formalismos académicos y está guiado por un legítimo aprecio por el cine mexicano de antaño. Leo el libro con mucho gusto y en mi imaginación acomodo su contenido como si fuera el guión de una película: con su estructura dramática, sus conflictos y sus misterios irresueltos.


Desarrollo

El pueblo de Vetagrande es elegido como locación para filmar el guión de Presagio. Las notas de prensa dicen que es la tercera película que se produce en el año (apenas es 4 de enero de 1974: qué tiempos aquellos en los que se filmaba una película casi a diario). Según los periódicos de la época el rodaje fue accidentado: el elenco sucumbe a los embates del clima y a la furia de las bestias, que también protagonizan la película y que, al no estar sindicalizadas ni sujetas a un contrato, hacen lo que se les pega la gana. Una gran ventaja en el rodaje supone el ahorro del presupuesto para maquillaje, puesto que los actores no necesitan empolvarse: para eso tienen ya la arena del desierto, cargada con plomo y arsénico.


Cúspide

La película termina de filmarse, al año siguiente se estrena y resulta un fracaso en taquilla. Qué tiempos aquellos en los que una película con mala fortuna dura 13 semanas en cartelera. La crítica mexicana la trata con desdén, pero en el extranjero se le ve con mejores ojos. ¿Qué falló? Tal vez sea un asunto de tono: la premisa de la historia es tan absurda que propone un tono de comedia oscura y, sin embargo, el director la mantiene como un melodrama. Otra queja recurrente es que no hay personajes centrales sobre los que caiga el peso de la historia, sino que se trata, como lo apunta Alejandro, de un “drama coral”. Otra versión propone que el verdadero protagonista es el pueblo mismo, ese territorio polvoriento que parece empecinado a escupir de su superficie a los humanos que lo habitan.


Desenlace

Llego a las últimas páginas del relato y me encuentro con un final abierto en el que persisten dos misterios, dos grandes interrogantes. El primero está planteado en la página 55, justo en la mitad del libro: “¿Cómo fue que Alcoriza descubrió este lugar que sirvió como locación para la película?”. El mismo autor ofrece la respuesta: “Hasta ahora no he podido resolver esta duda”.


Lo bonito del final abierto es que nos permite especular e imaginar. Entonces se puede suponer que en los interminables viajes hechos para realizar otras filmaciones, alguna vez Alcoriza reparó en el pueblito de extraña configuración que parecía calzar al gusto de la imaginación de dos grandes influencias que Alejandro incluso cita en este libro: Juan Rulfo y Luis Buñuel. Ahí está: el ambiente opresivo, desolado, de los escenarios que pinta Rulfo en sus relatos. Ahí está también el entorno árido, escarpado, quebradizo que Buñuel retrató en su muy repudiado documental (¿o no-documental?) titulado Las Hurdes, tierra sin pan. ¿Acaso estos dos espíritus buscaron recrearse en el Vetagrande polvoriento, de muros como hechos de mazapán que vemos en las escenas de Presagio?


La segunda incógnita que deja este final abierto es ¿por qué el desaprecio de los habitantes actuales de Vetagrande por la película? Por qué se resisten recordar la filmación que, como señala Ortega Neri, supone una conjunción extraordinaria: tres de las figuras más importantes de la cinematografía mundial, Luis Alcoriza, Gabriel García Márquez, Gabriel Figueroa, quienes unieron sus talentos sobre ese territorio que hoy reniega de su creación.


Está pregunta condujo a mi memoria hacia una pieza de teatro llamada Piedras en los bolsillos de la escritora irlandesa Marie Jones (obra que fue adaptada al español por Sabina Berman con el título de Extras), que trata sobre un equipo de producción que llega a una zona rural de Irlanda a filmar una película de altísimo presupuesto. Los productores contratan a los habitantes del pueblo cercano como extras. En la víspera del último día de filmación, tras un incidente en un bar con los integrantes del equipo, uno de los extras se suicida arrojándose al río, con los bolsillos llenos de piedras. Los habitantes del pueblo piden que la filmación se detenga para que puedan celebrar el funeral del suicida, pero la compañía productora se niega porque perder ese día de filmación supondría un enorme gasto.


Piedras en los bolsillos ha sido descrita como una alegoría de la voracidad capitalista, en la que las empresas, económicamente poderosas, arrasan las comunidades, llenan a sus habitantes de ilusiones de éxito y fortuna inalcanzables; siembran el caos, generan dolor y no muestran ni atisbo de intención de remediar los males que han causado, antes, al contrario, se burlan del sufrimiento de los habitantes, y se van dejando desolación y miseria. ¿Qué industria arrasó la locación de Presagio, agotando las riquezas de su suelo, dejando a su paso contaminación y pobreza? La industria minera.


Este resentimiento añejo, expresado en la desmemoria, tal vez sea una respuesta a la sensación de despojo que dejó la película, pues aún hay quien reniega de que nunca le devolvieron los muebles que prestó a la producción. Pero también es una reacción en contra de la mala imagen que dejó la película en la prensa, a través de las declaraciones de los actores o en el imaginario de quien la vio. Y esto también es un despojo: los productores son una suerte de vampiros que se nutren del paisaje del pueblo y de su esencia y, a cambio, dejan un residuo tóxico: una imagen alterada, tergiversada por la visión de los fuereños con sus cámaras, trastocada para siempre en su historia propia. Sin ir muy lejos, recordemos que se tuvo que instituir un desfile de Día de Muertos en la Ciudad de México para que estuviera de acuerdo con la trama de una película de James Bond, filmada recientemente en esa locación.


Supongo que a los habitantes de Vetagrande no les supo bien no sólo perder sus muebles, sino además adquirir la fama inmerecida de ser un pueblo triste y lánguido, lleno de gente supersticiosa. Hasta la fecha en el pueblo, según consigna Alejandro Ortega Neri, cuando se rompe un recipiente de vidrio, hay que darle un tratamiento adecuado para evitar que el objeto roto atraiga la fatalidad. Esta creencia es una forma en la que la película dejó su impronta de manera inadvertida entre la población.


La situación me remite a una serie de entrevistas que hizo Luis Arturo Ramos a los habitantes de Chacaltianguis, Veracruz, que participaron como “extras” en la adaptación cinematográfica de El Coronel no tiene quien le escriba, dirigida por Arturo Ripstein. Los pobladores se rehúsan a idealizar demasiado su participación en la película y manifiestan entender bien la diferencia entre lo que queda de su pueblo registrado en la pantalla y la realidad en la que se desenvuelven cotidianamente. Sin embargo, algunos de ellos reproducen un rumor surgido de quién sabe dónde: que el “verdadero” Coronel visitó o habitó Chacaltianguis hace muchos años. Esta patraña, por ingenua o absurda que parezca, ha trastocado ya para siempre la identidad y la esencia del poblado.


Sean la defensa del orgullo local o el temor al despojo las causas del olvido de Presagio en el imaginario los pobladores de Vetagrande, la reflexión que propone Alejandro Ortega Neri en su libro es necesaria para pensar en lo que somos detrás y delante de la lente.


Garciadiego, Paz Alicia y Ramos, Luis Arturo, El Coronel no tiene quien le escriba, IMCINE-Universidad Veracruzana, México, 1999.

Jones, Marie, Stones in his pockets & A nigth in november. Two plays, Nick Hern Books, Londres, 2001.

Ortega Neri, Alejandro, ¡Algo terrible va a pasar! Una historia narrativa del rodaje de Presagio, IZC, Zacatecas, 2021.

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