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“Quizás sí, quizás no”, Grupo Bryndis

Por Citlaly Aguilar

Hace unos días, mientras conducía mi carro entre las calles de un pueblito, con un buen amigo como copiloto, de repente en la reproducción aleatoria de mi Spotify sonó “Quizás sí, quizás no”, denominada por unos de sus intérpretes principales en México, Grupo Bryndis, como una tecnocumbia. Los teclados y percusiones de esta canción son característicos de los músicos potosinos liderados por Mauro Posadas, quien, dicho sea de paso, tiene un inconfundible sonido vocal.


Mi amigo volteó a verme confuso. “¿Qué onda con tu música?”, preguntó entre una risilla ahogada. Me pareció ver en su lenguaje no verbal la intención de subir la ventana del carro, no sé si porque le dio frío o porque, como buen rockero, sintió vergüenza. Sea como fuere, no lo hizo y seguimos por la vía escuchando la tonadilla que, después de unos segundos, se convirtió en un éxito entre los dos. Pude haber cambiado de canción y seguir con el mood indie rock que generalmente escucho, pero particularmente esa canción de Grupo Bryndis me pone de muy buen humor.


Originalmente, la letra fue escrita en italiano por Daniele Pace, Enzo Ghinazzi y Paolo Barabani en 1979; “Forse” es el título de la balada pop que recuerda a lo que cantaba José José en sus tiempos y que, a diferencia de covers que se han hecho de otras canciones, mantiene en español gran parte de las frases e ideas de la original. Bryndis la lanzó en 1989, en su cuarto álbum que lleva por nombre Me vas a extrañar y en el que reúnen otras cuantas rolas con temática similar.



En mis recuerdos infantiles aparece con un fuerte olor a carne asada y cerveza, pues solía escucharse durante las reuniones que mis papás tenían con sus compadres o amigos, pero al igual que muchas otras canciones de la época, ha trascendido el tiempo y sigue sonando en la radio comercial; muchas veces me ha sorprendido su guapachoso coro en el altavoz del supermercado mientras compro el mandado, en las papelerías, en el taxi o en los puestitos del mercado.



No obstante, mi unión con esta bonita melodía data más bien de por ahí de principios de 2000, en mis años de preparatoriana cuando, a las seis y media de la mañana, tenía que tomar el camión urbano blanco de franja morada que casi siempre iba abarrotado. A medio camino, entre unas de las colonias que en ese entonces eran de las más peligrosas por altos índices de asaltos y que ahora afortunadamente ha cambiado, solía bajarse la mitad de quienes iban a bordo, así que ya podía sentarme y escuchar la música.


Mis años en la Prepa II han sido de los tres peores que he vivido hasta ahora. No sé si por el cambio de siglo, de ciudad o de casa, pero muchas cosas en mí no andaban bien por aquellos años; de hecho, fue en ese entonces que empecé a enfermar de una depresión severa, casi comparable con las de Emmanuel Carrère. Las tardes las pasaba dormida sólo para no saber de nada ni nadie. Me sentía estúpida, triste y fea todos los días sin importar lo que hiciera para evitarlo. Así que, si una canción me alegraba por unos minutos, era digno de agradecerse.


Como en aquellos entonces la economía no era la mejor, no tenía dinero para procurarme un Walkman, Discman o lo que fuera que permitiera aislarme en mi propio ambiente musical, no me quedaba de otra más que compartir con el chofer el suyo. Particularmente los que operaban esa ruta -aunque los de la 14 no se quedaban atrás- solían ser de los más melancólicos y apasionados a la hora de subir volumen al estéreo, y solamente lo apagaban cuando se subía el muchacho de la grabadora. Era un joven al que le calculé no más de 30 años, delgado y moreno, de cabello corto y lacio, quien solía subir a la Ruta 11 desde muy tempranas horas a deleitar a los estudiantes y demás pasajeros con su voz, la que -quiero destacar- era camaleónica, pues se asemejaba mucho a las de los cantantes que elegía.


Amigas y amigos que tomaban ese camión recuerdan a este hombre por sus apasionadas interpretaciones de “Te quiero”, de Los Temerarios, o “Limosnero de cariño”, de Los Rehenes, y dado que dichas agrupaciones son fresnillenses, tengo la teoría de que él también era de aquellos rumbos. Estos amigos y amigas reconocen ahora, aún con cierta culpa, que disfrutaban también del miniconcierto del muchacho porque, claro, en aquel entonces todos queríamos mostrarnos como quienes tenían los gustos musicales más internacionales y oscuros, no como quienes se emocionan con un fulano que lanzaba un quejido al iniciar casi cada verso.

Foto: Alejandro Ortega Neri


Aunque la voz del cantante del camión me sonaba cada vez más parecida a la de Gustavo Ángel -hecho por el que era conocido entre su público como “El Temerario”-, lo recuerdo más nítidamente con el “Quizás sí, quizás no”. Pero no era común que nos extasiara con esta canción, así que cuando ocurría, para mí era una clara señal de que sería un día especial, como aquel en que creí que reprobaría el ordinario de bioquímica. Camino a la prepa, iba prácticamente rezando por un milagro cuando subió el cantante ambulante -ya modernizado con micrófono de diadema-, nos dio los buenos días y rápido le picó al play de su grabadora Sony gris. En cuanto escuché el tecladito lo supe: todo estaría bien… Esa vez le cooperé al joven algo así como cinco pesos, que para mí era mucho puesto que el pasaje del camión me salía en sólo un peso. Evidentemente no reprobé bioquímica porque siempre he sido una ñoñaza, pero prefiero creer que influyó en mi buena fortuna aquel juglar moderno y su magnífica participación montado en la Ruta 11.


La última vez que subí al transporte público fue antes del inicio del confinamiento por COVID-19 en mi ciudad, es decir, marzo de 2020, pero hasta ese entonces llevaba quizá más de 10 años sin volver a presenciar la visita de aquel cantante de buenos augurios. Quizás se mudó de ciudad, quizás ahora se gana la vida de otra manera, quizás sigue subiendo a las rutas que toman los estudiantes en los días y horas menos esperados, quizás sí, quizás no… Me gusta imaginar que le ha ido cada vez mejor y que todavía entona sus rolas favoritas cerrando los ojos y apretando el pecho. Muchacho, donde estés, que la música siga alegrando el día de quienes te escuchan…


En momentos como ese, en que mi amigo se incomodó al escuchar a Grupo Bryndis en mi carro a todo volumen, vuelvo a los asientos azules de la Ruta 11, a las seis y media de la mañana, a mis épocas juveniles, a los conciertos matutinos de un personaje urbano que me rescataba por unos minutos de lo miserable que puede llegar a ser la vida, y que dejó para siempre su marca en mis oídos y memoria.






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