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Soy eventualidad, una más del montón

Por Arlett Cancino

Si me preguntan por qué me gusta la poesía de Wislawa Szymborska, podría responder que son múltiples los motivos, pero existe uno que es el más sencillo y elemental de todos, y se refiere a la sensación de complejidad y epifanía que encierran sus versos tan llenos de cotidianeidad y mundo corriente.


El primer poema que conocí de ella fue: “Nada dos veces” y con él caí en la cuenta de la impermanencia del mundo con sus problemas y sus relaciones tóxicas, y de todo aquello que ocultamos al otro con la esperanza de que no lo note, mientras le damos la espalda en el lecho compartido. Y así me proyecté esa noche al conocer sus versos y lo seguí haciendo en posteriores lecturas.


Voy hablar de su poesía, porque hoy requiero de cuestionamientos sin respuesta certera y objetiva, de preguntas que despierten el alma, aunque sea un poquito; a veces se necesita eso para no tener firme el piso ni creer en la eternidad. Acudo a poemas que hablan desde la primera persona, en los que la voz de Wislawa es la mía y me descubro hablando sobre mí con sus propias palabras.


Cuando sé que soy una más del montón se abre todo un universo de las mujeres que no fui, pero que están latentes y siguen ocultas en mi eventualidad humana. ¿Qué mano extraña, destino o hado determina que yo sea quien soy en este mundo? ¿Qué sea esto y no otra cosa? ¿Es válido preguntar por el culpable o es más genuina la certeza de esta contingencia?


Soy la que soy,

Casualidad inconcebible

Como todas las casualidades.

La poeta afirma mi azarosa existencia y parece como si supiera que hoy, ingenua, quise un destino; una vida premeditada, en la que sea más sencillo justificarme y pedir perdón. No obstante, y sin un atisbo de duda razonable, soy eventualidad; esa posibilidad de que suceda una cosa o no suceda.


Entre ambas expectativas están las versiones de lo que pude ser: araña, reptil, gaviota, ratón, enjambre, hormiguero, ínfimo microbio, árbol en espera del fuego o una simple partícula flotando sacudida por el aire. Sin poder elegir, nací individuo y me pasman esas otras posibilidades porque lo que jamás ha de faltarle a quien nació bajo la estrella de la humidad es la capacidad de asombro por su propia intrascendencia.


pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera,

lo que habría significado

ser alguien completamente diferente.


Sin el asombro de observar al otro como un yo descartado, queda la certeza de sólo reconocerse en esta única forma, envase con una caducidad bien definida, con límites corporales, lineamientos actitudinales y lugares comunes en los que caer diariamente. Lo que resulta atractivo y cómodo, simple y sencillo de sobrellevar; habrá quienes se sientan libres en las propias fronteras de las palabras que los definen, sin resquicios donde colar esas dudas que a veces les quitan el sueño.

Ahora yo soy más bien partidaria de una vida al instante, sin exámenes previos ni hipótesis a conseguir. Aquí no conozco el papel que tengo, sólo sé que es intransferible y completamente mío. Tampoco sé de qué va la puesta en escena, debo descubrirlo conforme avanza la representación y eso me saca una mirada oblicua y una sonrisa juguetona, pero, sobre todo, el miedo al abismo sin amarras ni cuerdas.


Como le temo a las alturas y de rapel no sé nada, la vida me agarra poco competente y cargo un tufo de actriz aficionada y provisional. Asiendo piedras flojas, colocando mal los pies y sintiendo el vértigo salir a borbotones de sudor es como salgo a escena. En ocasiones hago el ridículo y río, en otras consigo una ovación de pie y lloro; con los años he aprendido que esos dos momentos perduran en la memoria bajo matices que no les son propios y que me hacen sufrir, pero la realidad es que esos falsos recuerdos tampoco son de mi propiedad.


Eso es así porque en la vida no hay nada que se deba inventariar; las cosas y las personas son mías sólo mientras las miro, puesto que un segundo después ya son otras. Así paso el tiempo con las imágenes breves de una vida que quiero inmutable y es pasajera:


Todo es mío, nada en propiedad,

nada en propiedad para la memoria

y mío sólo mientras miro


Innumerables, infinitos,

y únicos hasta la fibra

hasta el grano de arena, hasta la gota de lluvia,

los paisajes


no retendré ni una brizna de hierba

totalmente de acuerdo con su imagen.

Ni siquiera estos huesos, ojos, manos, corazón y dedos me pertenecen. Todo es prestado y hay que devolverlo, junto con la piel de lobo y de oveja que uso de vez en vez,

Nada en propiedad, todo prestado.

Hundida en deudas hasta las orejas.

Tendré que pagar por mí

conmigo misma,

por la vida dar la vida.


Al final he de pagar con la materia de mi cuerpo que se muere poco a poco, que deja partículas que ya son otra cosa o forman parte de otro ser. Con mi alma como testamento, dejaré una recomendación: que en mi siguiente nacimiento abra bien los pulmones para dar ese primer grito de bienvenida al estreno de una nueva vida en la que, haga lo que haga se convertirá para siempre en lo que hice sin necesidad de cambio, remordimiento o culpa.

Wislawa Szymborska es una escritora polaca que en 1996 ganó el Premio Nobel de Literatura. Los poemas usados para las presentes divagaciones son: “Nada dos veces”, “Una del montón”, “Vida al instante”, “Elegía viajera” y “Nada en propiedad”, incluidos en su antología Poesía no completa.

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