Por Jonatan Frías

Llegué a Javier Marías muy tarde pero no demasiado tarde. Su nombre me era familiar y algunas de sus obras parecían omnipresentes. Quizá de ahí viniera la negligencia de no leerlo. Cada que llegaba a una librería con la firme intención de llevarme algo de él se atravesaba otra cosa: “Será para la otra, Javier”.
Un día apareció Tomás Nevinson. Me lo llevé con firmeza y convicción de que ese sería, al fin, el libro con el que me sentaría a leer a Javier Marías: “Es ahora y es este”. En alguna de mis redes compartí una foto del libro con algún comentario, pronto un amigo, un gran poeta español, me escribió con una sentencia: No te atrevas a leer ese libro. Quedamos para un café esa misma semana.
“Berta Isla, empieza por Berta Isla, ya luego lees Tomás Nevinson”, me dijo y me entregó el libro. Lo comencé esa misma tarde y unas semanas después había terminado los dos libros.
Roberto Bolaño decía que uno comienza comprando libros -o robándolos- y un buen día terminaba por leerlos. Bueno, yo aún no me he robado ningún libro de Javier Marías pero sí que me he comprado algunos y ciertamente terminé por leerlos. Luego Javier Marías se murió y yo pensé que estaba bien así. No está bien tener una admiración tan grande por un autor que esté vivo.
Me conseguí pronto Todas las almas, Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí.

Una de las grandes libertades que tienen todas las escritoras y todos los escritores es la de elegir con toda libertad su tradición. Elegir su estirpe. Luego viene el tremendo compromiso de estar a la altura de esa genealogía pero por principio nadie te puede negar el derecho a escribir como quieres escribir y desde la forma que quieras escribir.
Javier Marías viene de esos escritores absolutos que son capaces de construir mundos completos; de esos escritores que meten todo un tiempo entero, con sus glorias y sus patetismos, sus deslumbramientos modernos y sus pecados capitales, su esplendor y su decadencia, para luego poblarlos. Flaubert, Tolstoi, Dickens, todos ellos corren por sus venas como un río de inagotable tinta.
No experimenta con la forma ni resignifica las palabras. Él hace con la estructura novelesca. Poco o nada se interesa por las curvas y las líneas abismadas de la arquitectura postmoderna: Javier Marías edifica rascacielos. Moles de acero y concreto que se alzan infinitas por encima de todo.
Sus novelas se sostienen con la pura trama, con la vida tan potente de los personajes, con las líneas de diálogo profundas y seductoras. Construye tramas tan sólidas que uno sabe, lo sabe, que estarán allí cuando lectores y críticos hayan pasado y sean otros lectores y otros críticos los que se acerquen buscando cobijo en esa generosa sombra. Aunque no sólo es la sombra, sino su rumor de hojas lo que da cobijo.
Las novelas de Javier Marías son lo que los americanos llaman Page Turner. No demandan el tiempo del lector: lo arrebatan. Se asumen prioridades y se establecen. No dejan apenas tiempo para nada. Uno come de pie con el libro en una mano caminando en círculos. De pronto alguna pausa para tomar algo pero nada más.
Todo artista tiene una o dos obsesiones, la de Marías es la Literatura misma. Sus libros son una suerte de ecosistemas vivos de relaciones literarias; sobre todo de la literatura inglesa. En su obra están lo mismo Shakespeare que Cervantes, Hugo que Goethe.
Todas las almas se me desbordaba de las manos pero el inicio de Corazón tan blanco debería contarse entre las mejores páginas que se han escrito en español y acaso en cualquier idioma. Me dejó completamente paralizado. Su prosa transparente y sosegada nos lleva de las manos a presenciar la forma tan inapelable que tiene el destino para imponerse. Mañana en la batalla piensa en mí fue la cereza del pastel, pensé.
Luego llegó la monumental Tu rostro mañana.
En México los escritores desmesurados no nos resultan extraños. Aquí nos formamos leyendo a ese milagro que es Fernando del Paso, ese escritor que hizo del español lo que quiso, que se regocijó en él y que se hizo en él. Sus tres primeras novelas, además de enormes, son monumentales: desmesuradas. Tu rostro mañana también es una novela desmesurada. Sus más de mil quinientas páginas divididas en tres tomos son apenas el filtro de entrada. Ese es el tamaño de compromiso que exige Javier Marías de sus lectores, porque los tenía a manos llenas.
Jaime Deza vuelve desde las cenizas de Todas las almas para avanzar en la historia. Ya dije que el centro mismo de la obra de Javier Marías es la Literatura y casi siempre va de la mano de una intriga, y Marías lo sabe: no hay mayor intriga que la que se da en el seno de las familias, esos criaderos de alacranes. Jaime Deza vuelve a protagonizar una trama de espías que pertenecen al MI5, tal cual será años después Tomás Nevinson. Este es el escenario habitual de este escritor español que, a falta de meses para que cumpla su primer año de muerto, sigue siendo leído con el mismo fervor que cuando estaba vivo. Sigue estando en las mesitas de noche de todos los que lo leemos con atención y con admiración. Por eso es que ahora pensé en él, porque a mi lado siempre están sus libros que se han convertido en una suerte de mantra, en ese lugar de la casa donde se puede estar en paz; por eso es que sigue tan presente en mis lecturas cotidianas, por eso y porque escribir sobre alguien en su aniversario luctuoso es cosa de mal gusto, es cosa de Famas y no de Cronopios de buena madre.
