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Tres apuntes en torno a un concierto

Por Citlaly Aguilar

Foto: Cortesía Guanamor Teatro Studio


1. Hasta la locura


La primera vez que escuché a My Morning Jacket fue por ahí de 2006 cuando un amigo me “quemó” un CD con sus recomendaciones musicales. Recuerdo que me dijo explícitamente que esta banda era su definición de “música bonita”, concuerdo. “It beats for you” me impresionó y desde entonces se convirtió en una de mis canciones favoritas, al grado de que, en 2008, mientras vivía un tórrido romance con uno de los hombres que más he querido, él y yo jurábamos que nos casaríamos y en la fiesta nuestro vals sería esa canción.


Años más tarde, en 2011, mientras vivía en Guadalajara salió al mercado el Circuital y “The day is coming” se convirtió en un nuevo himno. En aquellos tiempos comencé una relación con otro de los hombres significativos en mi vida, con quien, según sus amigos, me entendía porque sólo a nosotros nos gustaba la música deprimente: “Parece que llora cuando canta”, nos decían en referencia a la voz de Jim James. Y esa es una de las razones por las que hice el viaje sola a su más reciente concierto en solitario en México.


En un impulso compré el boleto para ver a My Morning Jacket en el Teatro Studio Guanamor, el 19 de mayo, en Guadalajara. Dado que cuando esta banda viene a México lo hace sólo al Caribe, en un festival de varios días que aún con un presupuesto austero resulta carísimo, pensé que esta sería, quizá, mi última oportunidad de verlos en vivo.


Luego de unos días me arrepentí y pensé en cancelar todo. “Tengo otros gastos, otras deudas que pagar con más urgencia”, me decía mi mente en sus crisis de neurosis. No obstante, en otro arranque impulsivo cargué el transporte y el hotel a la tarjeta de crédito: “Sólo se vive una vez”, me dijo la misma mente.


Antes había intentado ir a un par de conciertos sola pero la primera vez, ya en el lugar, se me acopló otra chica que tampoco iba acompañada y, por más que suene increíble, la segunda vez me encontré a la misma chica y tampoco se me despegó. Por eso en esta ocasión me propuse vivirlo realmente sin nadie, en la total soledad, pese a estar rodeada de gente. Lo logré y en gran medida creo que esa fue una de las circunstancias que hicieron excepcional mi experiencia.


Yo soy de épocas. Hay unas en las que escucho mucho a cierta banda o estilo musical, luego se me pasa y me obsesiono con otros y así sucesivamente. Con My Morning Jacket he tenido varias épocas pero he de confesar que no me encontraba en una de ellas cuando surgió todo lo del concierto. De hecho, volví a escucharlos con atención en el trayecto hacia Guadalajara, cuando caí en cuenta de que seguro me la pasaría muy bien.


Aunque no tenía con quien compartir mis impresiones en el momento, me abrí a la música como una esponja y me conmoví al saberme completa, como hace mucho tiempo no me sentía. La emoción que se experimenta cuando estás frente a algo que amas es muy potente, tiene la capacidad de arrasar contigo para siempre. Así que, entre los larguísimos solos de guitarra y los coros sin palabras, 21 canciones en dos horas y media de un concierto que fue en ascenso feroz, llegué hasta la locura en el cierre con “One Big Holiday” que, en efecto, es una grandísima fiesta.

Jim James Foto: Cortesía Guanamor Teatro Studio


2. Late por ti


Una semana antes del concierto, My Morning Jacket publicó en su página de Facebook que se dirigían a Guadalajara y, con lo intensa que soy, les escribí un comentario -que más bien era una súplica- para que cantaran “It beats for you”. Entonces recordé que en 2013, aun y con mis deficiencias en inglés, escribí una canción que envié al correo electrónico de la banda con la intención de que la tomaran en cuenta y la grabaran. ¡Cuánta soberbia! En esos tiempos exudaba una seguridad que ahora no reconozco. La letra iba sobre la fauna y la flora de un bosque mítico… inspirada en los sonidos de Z, mi disco favorito.


Aunado a esto, en 2019, planeé un proyecto musical con un par de amigos e inspirado en mis admirados músicos de Kentucky; sería de folk rock, se llamaría The King’s Rib porque sonaba como Keanu Reeves y todas las canciones tratarían sobre las películas de dicho actor. Por supuesto que yo escribiría y cantaría, además de tocar el triángulo y otros instrumentos que requieren poca técnica, pero llegó la pandemia y destruyó mi sueño. Por ahí deben estar aún varias de las letras que escribí sobre Máxima velocidad, John Wick y Matrix y hace poco intenté revivir la idea con otro amigo, pero pasaron cosas…


Al ver los setlist de la banda en otras presentaciones realmente resultaba impredecible lo que me harían escuchar pero para mi sorpresa sí tocaron “It beats for you”. Es seguro que mi comentario en su Facebook no influyó pero me gusta creer que sí. Y lo mejor fue que, pese a que esta canción está unida fuertemente a ciertos recuerdos e historias, al estar ahí, frente al escenario, me di cuenta de que la música trasciende tiempo y distancia y se transforma. Me pareció escuchar una versión totalmente diferente a la que oí por primera vez hace años, aunque fuera la misma. Ahora su significado es otro porque yo soy otra y la experiencia musical ha cambiado. Aunque durante un par de años Guadalajara y My Morning Jacket fueron casi sinónimos para mí, en el reencuentro pude comprobar que los tres hemos cambiado. Esencialmente somos los mismos pero nos hemos transformado, para bien y para mal.


Después del concierto, en la habitación del hotel, una vez que domé la adrenalina que me dejó la música, me dispuse a dormir dado que, por diversas circunstancias, llevaba tres días desvelada. No obstante, el ventilador me lo impidió. Debido a que el calor en la Perla Tapatía es insoportable para quienes vivimos en ciudades de climas semidesérticos, no hay manera de evitar los ventiladores, pero el de mi cuarto tenía una cadenita que, supongo, servía para encenderlo o apagarlo y que con el movimiento de las hélices golpeaba en la caja del motor y generaba un sonido acompasado y molesto.


Así, entre la emoción que aún sentía y el ruido del ventilador, me puse a pensar que, en realidad, estamos rodeados de música. Si bien esto no es algo original, es decir, ya se ha dicho y escrito mucho al respecto, por primera vez fui consciente de todos los sonidos que me rodean y de lo importante que es poner atención. Entre la lluvia y el constante golpeteo de la cadena en el motor hallé un compás con el que me puse a crear la letra de una canción. Aunque hace mucho que no hago poesía, estoy convencida de que esa composición es lo mejor que he creado hasta ahora y que, quizá, si se la mando a My Morning Jacket esta vez no puedan resistirse a usarla. Pero me quedé dormida y al despertar no recordé uno solo de los versos… Me sucedió lo que al sujeto lírico de Javier Acosta en Libro del abandono: “Rogué toda la noche por no olvidar el par de versos; recuerdo la plegaria, mi Señor, no tu poema”.

3. La música transforma


Regresé siendo otra persona. Jarvis Cocker dice algo similar en Pop bueno, pop malo al referir la ropa punk. Para él, el punk marca territorio desde la vestimenta, como una manera de declarar la diferencia respecto de los demás géneros. En otras palabras, la música transforma. Hoy puedes ser dark, mañana reguetonero y será evidente el cambio, no sólo en el atuendo, sino en actitud y pensamiento.


Para mí resultó una experiencia sanadora y reconfortante, al grado de poder decir que hay una yo antes y otra después de My Morning Jacket. No sabía cuánto necesitaba ese placer en mi vida. Amélie Nothomb, en Biografía del hambre, relata un episodio de su infancia en el que, mientras comía dulces, quiso verse al espejo para observarse disfrutar de ese placer. ¿No es eso lo que hacemos cuando grabamos videos en los que nos vemos y escuchamos coreando o gritando con nuestras canciones favoritas en un concierto? Necesitamos vernos u oírnos en el éxtasis porque, según Nothomb, el voyerismo duplica el placer.


En la reunión del club de lectura que dirijo, en la que se comentó dicho libro de Nothomb, una de las lectoras refirió la potomanía de la autora: “Yo no tengo algo así, no sé qué es lo me que gusta a ese grado”, dijo. En mi caso, al recordar los pasajes de Nothomb en los que bebía agua desenfrenadamente, sé que me ocurre eso mismo con la música: la recibo en exceso. Desde que regresé de Guadalajara recreé el setlist del concierto y lo he escuchado sin pausa una y otra vez, obsesivamente, y no me sacio.


No obstante, -quizá debido a que volví hecha un amasijo de euforia- como una retribución al equilibrio divino, una de las bocinas de mi carro tronó al día siguiente de mi llegada mientras hacía algunos pendientes y sonaba a todo volumen “Thank you too!”. Me di cuenta del incidente de inmediato porque el tan representativo sonido de la guitarra de My Morning Jacket no se escuchó. Igual que ocurre con los audífonos, que una bocina no funcione es como andar por la vida con la mitad del cuerpo, sin poder recibir la belleza del mundo completamente; dicho de otra manera: sintiendo el placer a medias, como si nos viéramos en un espejo completamente estrellado mientras gozamos del más delicioso dulce. Así que resolví el asunto de la bocina lo antes posible aun cuando mi casa y mi vida requieren arreglos de mayor urgencia.


My Morning Jacket es la única banda que ha sido invitada al Bonnaroo Music Festival cuatro veces seguidas y su presentación de 2004 es icónica debido a la tormenta eléctrica que se desató casi al final mientras tocaban “Steam engine”. Ese concierto es conocido como Return to thunderdome y se hizo un documental de 28 minutos que acaba de liberarse en YouTube. Si bien la presentación a la que asistí seguramente no formará parte fundamental de su historia, yo fui una tormenta ahí: potente, desatada e impetuosa. Y como no tengo con quien compartir todo lo que viví por medio de la música, puesto que a mis conocidos no les gusta dicha agrupación, sigo sola aún después del concierto y por eso escribo, que es otra forma de gritar, de lanzar un relámpago o de voyerismo.




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